México afronta una grave crisis moral y ética en la que lo mismo nos vemos envueltas las mujeres que los hombres, los pobres como los ricos, la gente con educación formal como la que no, es decir involucra un dilema derivado de la grave crisis de inseguridad y la social agudizada en los últimos 20 años, y es confundir la venganza con la justicia, llevando al país a ser un territorio de masacres celebradas en lo ajeno de los “otros” y en duelo en lo íntimo para los propios.
Difícil de entender cómo llegamos a ese punto, pero lo ocurrido en Tlahuelilpan y la predisposición a no mirar la tragedia en tanto ésta no nos toque, en centenares de personas a las que jamás le interesó el prójimo hasta que la tragedia y la muerte les tocó a un integrante de su familia, y entonces el odio minó todo lo abarcable en un campo fértil de egoísmo y falta de empatía y sororidad. Esa es la verdad.
A finales de la década del 2000 México empezó a vivir una crisis de inseguridad que se derivó de la guerra contra el crimen organizado, situación que agudizó las violaciones de Derechos Humanos y la comisión de delitos, esa “violencia horizontal” o entre pares que dejó a la mayor parte de la sociedad en la indefensión porque no tenía recursos individuales ni comunitarios para afrontarlos.
Décadas de sistema habían quebrado lo poco de comunidad que había en México.
A qué punto hemos llegado que cuando ocurrió la tragedia de Tlahuelilpan afloraron los sentimientos y frases que, desafortunadamente, son las mismas que acompañan a muchas personas que vivieron la tragedia de perder a un ser querido, indistintamente de las condiciones en las que ésta se dio, de querer no la justicia sino la venganza, el odio aflorando en el deseo de que lo mismo le ocurra a otras personas para que “lo sientan”.
Tristemente las personas en este país están más dispuestas a la empatía negativa que a la positiva, si es que se puede explicar así. Es decir, en México tenemos cientos de personas dispuestas a celebrar que les ocurriera una tragedia a las personas que robaban gasolina porque “se lo merecían”, y encima de eso convocaban al Estado a no ofrecerles ni respetarles ningún derecho, reclamaban que no merecían asistencia médica gratuita del Estado y mucho menos algún tipo de asistencia.
Este fue el mejor ejemplo para identificar ese sentimiento de venganza que se enmascara en la justicia y que lo mismo hace que un ciudadano desee que no se le brinde asistencia a una persona que sufrió quemaduras durante la comisión de un delito, “se merecen que los dejen morir sin atención médica” -decían- y sonaba igual que aquellas personas que al clamar justicia lo hacen diciendo que “ojalá les suceda lo mismo a quienes tienen la justicia en sus manos para que entiendan su dolor”.
Es el mismo sentimiento que abarca los actos de policías que toman la justicia por propia mano, y bajo el argumento de la obtención de la verdad, torturan o desaparecen al que presumen delincuente porque “no habrá justicia”.
Y la conclusión a todas esas situaciones, incluyendo a personas que bajo el argumento de su dolor por la pérdida de un ser querido se transforman en personas maledicientes, vengativas y rencorosas, es que la tragedia no nos transforma, en realidad saca lo que tenemos, lo que somos. Las condiciones adversas son las que nos muestran nuestra naturaleza humana.
No significa pedir mansedumbre absoluta, no. Pero no se puede confundir la justicia con la venganza y nos muestra que como dijo alguna vez Gandhi: “ojo por ojo y el mundo acabará ciego”, y los linchamientos populares al amparo del anonimato, la celebración de la violencia contra el otro a través de las redes sociales, la exhibición de las escenas violentas, el odio y la venganza, son esa enfermedad que carcome a la sociedad hasta lo profundo porque ni siquiera nos dimos cuenta cuándo nos transformamos en una ciudadanía enferma.
La sanidad está en reconocer la diferencia entre la justicia por encima de todo, para todos y solo así podemos garantizar un sistema de impartición de justicia, transformando a toda la sociedad y a los operadores de justicia, para actuar bajo el principio de lo justo para cada cual y no para sí mismos o para algunos nada más. Aprender a hacer comunidad y entender la justicia desde lo social y los derechos humanos es parte del camino.