En una de las calles que confluyen a esta arteria, Carola -travesti de más de 30 años de edad- baja de su camioneta, seguida de un joven que se retira de inmediato en su automóvil, estacionado cerca del mismo lugar.
“Aquí el sentido del olfato se bloquea, la respiración se detiene en cada segundo de los quince minutos que dura el servicio que doy en mi vehículo”, comenta Carola con un gesto de repulsión.
El tráfico vehicular se vuelve lento y a través de los cristales las miradas observan curiosas a los hombres y mujeres que venden sus caricias sin distinción de edad y de género.
“Esto nos ayuda a todas las que trabajamos en esto, el que los conductores nos puedan ver con más detenimiento pueden aumentar las expectativas de trabajo para nosotras.
“Aquí hay para todas las edades y todos los gustos, muchas le entramos a todo, otras sólo con hombres. Lo único que la mayoría pedimos es usar condón, sobre todo para evitar enfermedades”, asegura Cindy.
Las sexoservidoras tienen convenio con alguno de los 25 hoteles y moteles que están ubicados del centro al sur de Calzada de Tlalpan, y que comprenden las alcaldías Cuauhtémoc, Benito Juárez, Coyoacán y Tlalpan de la capital del país.
Ellas dan el servicio en dichos establecimientos, donde les permiten utilizar el baño y guardar sus pertenencias.
“Las mujeres de la vida galante tienen más de medio siglo a lo largo de esta arteria, pero hay diferencias entre las mujeres que ofrecían sus servicios en ese tiempo y las de ahora. Hace más de 50 años eran más grandes, por lo menos de más de 30 años y menos estéticas, casi todas se arreglaban y maquillaban igual.
“Hoy hay mujeres mucho más jóvenes, más atractivas en todo sentido, cuidan más su físico. En especial las que se ubican entre Villa de Cortés y Nativitas” comenta Hugo, residente desde hace más de 50 años del sur de la Ciudad de México.
Taxistas de una base cercana a un hotel de Villa de Cortés aseguran que la mayoría de los moteles y hoteles de la zona optan por la contratación de camaristas varones, para evitar problemas.
La venta de condones en las farmacias y la renta de habitaciones en los hoteles y moteles son un negocio que cobra fuerza los fines de semana, sobre todo aquellos que coinciden con la quincena.
“El costo del servicio sexual es de entre 500 y mil 500 pesos, el de la habitación va de los 250 a los 350 pesos, y la compra de preservativos es por parte del cliente. De todas formas, nosotras siempre vamos prevenidas, por si el cliente sale con que no tiene”, dijo Cindy.
Sexo y aborto en el mismo hotel
Pese a esto, Cindy comenta que los embarazos no deseados son frecuentes en este grupo. “Varias de mis compañeras se han hecho abortos, en muchas ocasiones en el mismo hotel, ni siquiera tienen que acudir a un hospital”. A la mayoría no le van tan bien.
Sus gritos de dolor se pueden escuchar hasta la calle, y cuando salen del cuarto su cara delata el horror que sufrieron durante más de una hora.
El consumo de alcohol y drogas, como inhalantes, son también parte de la vida quienes ejercen este oficio.
Con frecuencia, algunos hombres caminan sigilosos por la banqueta, ofrecen cigarros, chicles o dulces a las prostitutas, pero con el mayor cuidado o en calles solitarias, el intercambio de dinero por drogas es una constante.
Cindy inició en el oficio a los 16 años. Casada con un policía, argumenta que los golpes y la mala vida que le daba su esposo la orillaron a dejar Morelia y trasladarse a la Ciudad de México.
Se lleva el puño cerrado de la mano derecha a la nariz e inhala con fuerza, un fuerte olor a thinner invade el ambiente. La prostitución fue su oportunidad de ganar dinero con más facilidad.
Cerca de la estación Xola del Metro, en el local de un antiguo edificio de pintura, Francisco mira el reloj y con el dedo índice toca el comal para verificar el calor y empezar a preparar algunos de los antojitos que vende desde hace 15 años.
“Cuando llegué a este lugar, las sexoservidoras eran mis clientas, desayunaban o comían aquí. Empezaban a trabajar a las siete u ocho de la mañana y se retiraban a eso las seis de la tarde, luego llegaban otras que estaban hasta muy tarde.
“Al principio las veíamos como personas ajenas, con desconfianza, raras, que con su presencia convertían el lugar en peligroso, pero con el paso del tiempo se vuelven parte del vecindario. Y para muchos habitantes y trabajadores de esta zona, ellas son solamente otras trabajadoras”.
“Por su aspecto, y por su trabajo parecen personas que no son dignas de confianza, pero no es así. Cuando las conoces la impresión cambia, muchas de ellas cargan con historias que nunca imaginaste, otras si están aquí por gusto, porque para ellas en una manera fácil y rápida de ganar más dinero”, relata Franciso.
La mayoría son de provincia, llegan con engaños del novio o con la esperanza de encontrar mejores oportunidades para estudiar o trabajar.
En el aparador de comercio sexual de Calzada de Tlalpan, los hombres de la tercera edad son los clientes más frecuentes.
Después de más de tres horas de pie frente a un motel, Carola decide sentarse en la banca de acero de la parada del transporte público. Enseguida cruza las piernas y se acomoda el vestido entallado que deja a la vista casi por completo sus piernas.
Y se arma de paciencia, en espera de que lleguen los clientes.