La vida te puede sorprender, pero para eso debes querer que te sorprenda.
Esta frase -hermosa, en mi opinión, por su simpleza y su sabiduría- la pronuncia Lichi, un personaje encantador en la película “Hasta que volvamos a encontrarnos” (Netflix).
Yo la escuché y parecía que me hablaba a mí.
¿No le ha pasado que, de repente, de la nada, la frase de una canción, de un poema, de un libro que hojeaba, de una película que miraba o de una conversación que sucedía mientras usted pasaba por ahí, resuena en su cabeza y va directo al corazón?
Pues eso mismo me paso. Y eso es, en sí mismo, tener la disposición para que la vida te sorprenda.
A mí la vida muchas veces me sorprende, pero es difícil que lo haga en abril, porque la tristeza ocupa casi todo el calendario ese mes.
No soy la única a la que le pesa abril como tormenta en altamar. Muchas personas perdieron a seres que aman un mes de abril.
Un amigo, que perdió a su pareja en un abril de hace cuatro años, me dijo: Desde entonces mi año sólo tiene 11 meses. En abril no vivo.
Cualquiera que esté en duelo entiende bien lo que mi amigo quiere decir, y también a lo que yo me refiero. Puede ser, en efecto, cualquier mes. El mío es abril. Mi amado hijo murió en abril de hace cinco años.
Por eso cuando escuché esta frase –a principios de abril- resonó en mi interior. Y me dispuse a querer que la vida me sorprendiera. Y lo ha hecho.
Estoy recibiendo regalos, que no vienen envueltos en papel de colores. Por ejemplo, una hermosa y cálida tarde, a la sombra de un gigantesco árbol de tamarindo, conversé con algunas amistades y fuimos capaces de hablar de nuestros duelos, del minuto en que comenzó cada naufragio y de lo difícil que es sentirse a la deriva.
Otra noche, con distintas personas, también se habló del duelo, y varias compartieron sus naufragios, su tristeza. El silencio con el que escuchábamos era reverencial.
¿Por qué he de considerar un regalo hablar de la muerte y compartir la tristeza por la pérdida? Porque eso casi nunca sucede. La muerte se pasea en nuestros caminos y nadie habla de ella. El dolor por la pérdida nos atraviesa –algunas veces más que otras, y a algunas personas más que a otras- y nadie habla de eso. El duelo, en general se vive con mucha soledad.
Y todos esos regalos han sucedido en las presentaciones de mi libro. Porque justo el 1 de abril arranqué la difusión de la versión impresa de “Claves para atravesar la tormenta. Mis aprendizajes para vivir el duelo”.
Poder presentar la versión impresa ha sido un regalo. Lo bien que está siendo recibida, es otro regalo. Pero esta especie de abrazo colectivo que se ha generado es, quizás, de los más grandes regalos que he recibido hasta ahora.
Además, mi esposo, mi hija y mi yerno, han contribuido de distintas maneras en cada evento. Y hemos podido cenar juntos más veces que lo usual. Ese ha sido otro gran regalo.
La vida me sorprende de maneras que no esperaba. Porque hablar de la muerte, ha sido también hablar de la vida; hablar del dolor, ha sido igualmente hablar de la felicidad; y escuchar con amorosa atención ha significado un abrazo colectivo que permite recuperar abril en el calendario.