El próximo 8 de marzo, en casi todo el mundo, cientos de miles de mujeres ocuparán las calles, de nuevo, para manifestar hartazgo y protesta.
Los agravios son tantos y de tal calibre, que no es exagerado afirmar, como ha hecho Marcela Lagarde, que las mujeres vivimos en grave situación de emergencia.
La violencia contra las mujeres ocupará el primer lugar de las protestas.
Las mujeres somos agredidas –de distintas maneras y en distintos grados- en la casa, en la escuela, en el lugar de trabajo, en la calle, en el transporte público. En todas partes.
Las violaciones sexuales se cuentan por minuto. Las desapariciones y los feminicidios por día.
Ser mujer es, en sí mismo, un factor de riesgo. Y eso no puede seguir así.
Sumemos ahora la impunidad, la indolencia, las omisiones, la costumbre de culpar a las víctimas. Todo eso que se puede resumir en la legitimación de la violencia. Dicho en otras palabras, la violencia contra las mujeres tiene permiso.
Y ese permiso de facto tiene a las mujeres, en particular a las más jóvenes –las más expuestas he de agregar- hartas. Están hartas, con sobrada razón, de perder hermanas, amigas, primas; hartas de tener miedo cuando caminan por la calle, cuando van al trabajo, cuando están en la escuela, cuando quieren divertirse. Y, sobre todo, están hartas de la impunidad. “El violador eres tú”, han gritado a coro a los gobiernos de medio mundo.
También se protestará porque, contrario a lo que se piensa, la pandemia no afectó por igual. De hecho, exacerbó las desigualdades ya existentes.
El desempleo o la precarización del empleo ha perjudicado más a mujeres que a hombres. Y, además, ha multiplicado el trabajo. Las mujeres, en general, trabajan más que nunca y ganan menos que nunca.
El trabajo se multiplicó fundamentalmente en las tareas del hogar y de cuidado.
Si antes, esas tareas recaían, en general, sobre las mujeres; en un contexto de confinamiento se intensificaron. Además, aquellas que siguieron con trabajo remunerado, desde casa, entraron en una espiral en donde no había horarios laborables. Todo el tiempo era laborable. Así que muchísimas tuvieron que multiplicarse y dividirse en casa, sin horario y sin descanso.
Por si fuera poco, aquéllas con hijas e hijas en edad escolar, tuvieron que convertirse en docentes. Y, claro, para las madres docentes el trabajó se multiplicó hasta el delirio.
Todo eso tiene que cambiar. Y debe cambiar hacia un esquema en el que los hombres asuman de manera igualitaria esas responsabilidades, y el Estado también se haga cargo.
Asimismo, se encuentra el hartazgo de que nuestro cuerpo sea terreno de disputa religiosa. El derecho a la vida comienza con el derecho a la vida de las mujeres, y eso pasa, necesariamente, por el derecho a decidir qué puede suceder y qué no en nuestro cuerpo.
En otras partes del mundo también protestarán en contra del matrimonio infantil, contra la ablación, contra la prohibición a ir a la escuela, a vestir pantalones…
El 8 de marzo las calles se llenarán de protesta. Y con ese panorama la pregunta es: ¿cómo no protestar?
De la vida, la integridad, la dignidad y la libertad de las niñas y de las mujeres, todas las personas de buena voluntad debemos hacernos cargo. ¿Qué hará usted el 8 de marzo?