“Cuando morir no es suficiente”, subtítulo del reciente libro “Necromáquina” (2021) de Rossana Reguillo, apunta a la dimensión “abismal” de la violencia extrema que estamos viviendo en México desde la agudización de una “guerra inducida” (Monárrez) que alcanza hoy niveles casi inimaginables de crueldad.
Enfrentar las masacres y desapariciones y la extorsión impuestas por el crimen organizado, en colusión muchas veces con autoridades, es aterrador para la población; analizarla, es un reto doloroso. Dar cuenta y articular el sentido del salto a una crueldad extrema, que secuestra, desaparece, desgaja cuerpos humanos y los oculta como despojos en fosas clandestinas o los exhibe des-humanizados en calles y puentes, implica confrontar el espanto que enmudece, atreverse a mirar un horror asociado con lo indecible, para acotar con el poder de la palabra ética ese vacío que amenaza con engullir el sentido de lo humano y lo social.
Con una impresionante trayectoria como investigadora de las juventudes, los movimientos sociales y las violencias, Rossana Reguillo ha echado mano de un sólido bagaje intelectual y de su singular capacidad de reflexión e imaginación crítica para ofrecernos un acercamiento a las ya no tan nuevas violencias que desafían día a día a la sociedad, al Estado y su perdido monopolio del uso de la violencia “legítima”.
Con ello nos invita a superar las explicaciones maniqueas e intentar aprehender lo que llamamos “barbarie”, como si fuera ajena a “nosotros”, y resistir a su normalización.
Aunque una primera lectura no dé cuenta de la riqueza de este libro, destaco al menos su relevancia para pensar mejor en vías de resistencia e intervención social ante las violencias que desde hace años diezman nuestro presente y futuro.
A través del análisis de hechos violentos que pautan el paso del inicio de la “guerra” al predominio del “narco” en vastas regiones, al control con afán totalitario sobre territorios, recursos, personas, redes políticas y sociales del crimen organizado, Reguillo explica la transformación de lo que antes llamó “narcomáquina”, todavía activada por una racionalidad acumulativa de ganancias, a lo que hoy nombra “necromáquina”, una insaciable maquinaria de muerte.
La “necromáquina” remite a las violencias atroces, con que no se busca matar para deshacerse de un “enemigo” sino demostrar un poderío que se quisiera inconmensurable sobre la vida misma: ya no basta con morir, explica un chico engullido por el crimen organizado, es preciso desbaratar(se). Ya no basta matar, hay que imponer dolor y destruir.
La necromáquina, explica Reguillo, “es la disolución de la vida en estado de urgencia”, recurre a una práctica de “tierra arrasada”, de “destrucción sistemática del territorio y de la vida, para imponer un régimen de terror a través de violencias inenarrables y someter a las poblaciones a la resignación total”. En ella participan tanto el crimen organizado como los ejércitos que expulsan poblaciones para implantar megaproyectos.
La “necromáquina” recurre a la violencia “disciplinante” para conformar cuerpos y mentes sumisos; despliega sobre todo “violencia expresiva” en procesos de des-humanización y des-personalización; transforma vidas en despojos, que exhibe para aterrar. El efecto de esta violencia expresiva – también evidente en los casos de feminicidio de Ciudad Juárez (Monárrez, Segato)- no queda en gritos o estremecimientos de espanto.
La necromáquina, desplegada con particular brío en Michoacán, transforma y conforma relaciones sociales, modos de pensar y vivir: normaliza la violencia y su lenguaje. Crea sus propios agentes, sus condiciones de funcionamiento. Apela a la emoción, al anhelo de pertenencia o “redención” (como la Familia/Templarios)…
Con lucidez, Reguillo nos confronta con la realidad de una maquinaria destructiva, que se nutre en las capas oculta(da)s de una sociedad que ha negado presente y futuro a millones de jóvenes y tolerado violencias insoportables sin reconocer su propia responsabilidad.
No todo está perdido, sin embargo. La resistencia individual y colectiva que representan el trabajo de periodistas de investigación, bordadoras por la paz, madres buscadoras, libros como éste (añado), desafía el silencio y el sometimiento ante la normalización del horror.