Llegó el 10 de Mayo, Día de la Madre y, con él, las exaltaciones de las virtudes que posee una madre. Y me pregunto: ¿Esas supuestas virtudes siguen vigentes?
Miremos a nuestro alrededor. Todo ha cambiado profundamente. De hecho, de acuerdo con Yuval Noah Harari, autor del maravilloso libro “De Animales a Dioses”, desde el siglo XVI comenzamos a cambiar más que en todo el periodo previo de la historia de la humanidad.
Las mujeres no sólo no hemos sido ajenas a esos cambios, sino que en muchos momentos de la historia los hemos provocado.
Por ejemplo, en el XVI las mujeres occidentales, en general, aprendían –si es que aprendían– a leer y a escribir en sus casas; a menudo no podían elegir entre casarse o enclaustrase en un convento, y desde luego no podían elegir con quién casarse, mucho menos descasarse.
Hoy, en pleno siglo XXI, son mujeres las que representan más de la mitad de la matrícula en las universidades y suelen ubicarse entre los más altos promedios.
Ingresar a un convento es una decisión, como lo es, en general, casarse con quien se elija, o no casarse, o descasarse.
Asimismo, entre otros cambios trascendentales, las mujeres representan una parte vital de la población económicamente activa de nuestro país, y la paridad constitucional ha llevado, en los últimos cuatro años, a más mujeres que nunca a cargos de representación popular.
Esos cambios y otros son producto de las acciones organizadas de las feministas y de muchas mujeres que, sin asumirse feministas, han trabajado duramente para hacer realidad nuestros derechos.
En este contexto, ¿de verdad se cree que ser madre significa lo mismo que, ya no digamos el siglo XVI, sino el XX?
En mi experiencia la respuesta es: No.
Mi madre se casó a los 22 años, y para sus 25 ya tenía una hija (yo) y dos hijos. Y fue una madre dentro de moldes estrictamente tradicionales. Vivía para su familia.
Yo me casé a los 22 años, y para los 25 sólo tenía un hijo. Y haciendo malabares –porque en general todo lo doméstico estaba a mi cargo– en ese tiempo hice una carrera profesional exitosa.
Mi hija a los 22 años terminaba su carrera profesional, y a los 25 estudiaba un posgrado en otro país. Se casó a los 28 años, y por ahora no tiene planes de ser madre.
El cambio en mi familia, a la vuelta de dos generaciones, ha sido casi cuántico.
Desde luego mi experiencia es la de una mujer clasemediera y urbana. Pero por todas partes veo cambios, aunque a veces aún son más lentos, con más obstáculos o casi imperceptibles.
Sin embargo, observo que el proceso de cambio continúa. Las normas sociales, las costumbres siguen cambiando. Y muchas de esas normas, nosotras las estamos cambiando porque el molde nos estorba.
Así las cosas, a menudo las enseñanzas y ejemplos de nuestras madres, respecto a cómo ser madre, ya no son útiles, porque no somos las mismas. El guión para ser “una buena madre” ha caducado. Más aún, muchas cuestionamos cada letra de ese guión o la existencia misma de un guión.
Actualmente hay muchas maneras de ser una buena madre. Y, en mi experiencia, la mayoría improvisamos a partir de lo que somos y de lo que queremos ser: nosotras en particular y como humanidad en lo general.
Nuestra cultura aún no quiere darse por enterada. Pero tendrá que hacerlo. Porque no somos las mismas. Ni lo seremos en el futuro.
*Periodista de Quintana Roo, feminista e integrante de la Red Internacional de periodistas con visión de género.
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