Bruselas, 26 abr (EFE).- La floración de los cerezos japoneses, icono estético del país nipón que se conoce como "sakura", tiñe estos días con flores compactas como bolas de nata rosada muchas calles de Bruselas, y en concreto las del barrio de Schaerbeek donde nació el cantante Jacques Brel y residió el pintor René Magritte.
Las casas espigadas y estrechas de esa comuna bruselense de tradición burguesa salpicada de construcciones Art Nouveau, la más extensa de la capital belga, muestran cada primavera un fugaz espectáculo que durante unos días atrae a propios y extraños a un distrito colindante al barrio europeo.
Según recoge la literatura de la alcaldía de Scharebeek, cuenta la leyenda que los agricultores de ese municipio, hoy insertado en el conjunto de la capital, obtuvieron allá por el 1136 permiso del duque de Brabante para transportar sus cerezas en burro hasta el centro de Bruselas y vendérselas a los productores de kriek, una cerveza dulce elaborada a partir de esos frutos rojos.
"¡Aquí están los burros de Schaerbeek!", gritaron al verles los compradores, dando así origen a un sobrenombre de "la ciudad de los burros" con la que aún se conoce el barrio, al que también se le llama la "aldea de los cerezos".
El último domingo de junio de cada año, los vecinos de la comuna celebran orgullosos su histórica relación con esos árboles del género prunus y el alcalde, acompañado por un asno, se pasea repartiendo frutos por los chiringuitos que toman los parques durante la Fiesta de la Cereza.
FOTO: EFE/Javier Albisu.
Un poco antes, a mediados de primavera, la avenida Emile Max, la estación de Schaerbeek, la plaza Diamant, plaza Riga o el Parque Josaphat ofrecen un espectáculo visual tan insólito como desconocido para el público foráneo, generalmente más familiarizado con las alfombras florales de la Grand Place o el manto azul de jacintos del bosque de Hal.
Discretos cuando pierden las hojas en invierno o cuando las muestran de color verde en verano, cientos de cererezos de origen japonés -que no producen frutos pero que son muy apreciados para usos ornamentales por sus ramilletes de flores densas con pétalos de color rosa- subliman un barrio que incluye algunos de los especímenes de mayor edad y prestancia en sus listas de patrimonio natural.
A medida que avanzan los días los pétalos van cayendo sobre las aceras, creando una moqueta suave que los viandantes admiran, fotografían y comparten en redes sociales hasta que los barrenderos desplazan las flores a los alcorques.
Con las calles desiertas en ese distrito residencial un lunes de pandemia, un anciano que pasea con mascarilla le pide a uno de esos barrenderos que no retire los pétalos rosas de las aceras, pues considera que la imagen floral es tan hermosa que merece disfrutarse.
"Tengo que hacerlo, me pagan por limpiar la calle. Pero estoy de acuerdo con usted, señor", responde el operario de limpieza.