Redacción América, 1 nov (EFE).- Por primera vez en la historia, las cinco principales economías latinoamericanas estarán gobernadas por la izquierda, que debe enfrentarse a un panorama macroeconómico muy diferente al de la Marea Rosa de comienzos de siglo, cuando los precios de las materias primas estaban por las nubes y la región no había sufrido los embates de una pandemia y una guerra en el corazón de Europa.
El ajustado triunfo este domingo en Brasil de Luiz Inácio Lula da Silva sobre el actual mandatario, Jair Bolsonaro, ha cerrado un mapa que empezó a dibujarse en julio de 2018 con el triunfo en México de Andrés Manuel López Obrador y en octubre de 2019 cuando el peronismo volvió a la Casa Rosada de la mano de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner.
Le siguieron Pedro Castillo en Perú, que también se impuso a Keiko Fujimori por un estrecho margen, y más recientemente Gabriel Boric, en Chile, y Gustavo Petro, que en agosto pasado se convirtió en el primer presidente de izquierdas que gobierna en Colombia. Se suman a este movimiento Luis Arce en Bolivia, Xiomara Castro en Honduras y Laurentino Cortizo en Panamá.
UNA MAREA ROSA DISTINTA
Pero este avance de las opciones progresistas poco se parece al de la anterior Marea Rosa, cuando una sucesiva oleada de triunfos de los candidatos de izquierda entre 1998 y 2005 apartó del poder a los gobernantes conservadores en Venezuela, Argentina, Chile, Brasil, Bolivia, Uruguay y Perú.
Quedaba atrás una etapa caracterizada por políticas neoliberales que se tradujeron en apertura comercial, desregulación de sectores productivos estratégicos y privatización de empresas públicas.
Dos décadas después, este nuevo impulso de la izquierda regional enfrenta un complicado panorama debido a circunstancias políticas que socavan el Estado de derecho y provocan una pérdida de confianza de los ciudadanos en las instituciones democráticas a causa de la inequidad social, la pobreza, la corrupción generalizada, el ascenso del populismo y la presencia del crimen organizado, entre otros factores.
“Lo que estamos viendo en América Latina es a la gente votando contra los que están en el poder, castigándolos y mandándolos a la oposición”, comenta a EFE Patricio Navia, profesor titular de estudios liberales de la Universidad de Nueva York
Este es un fenómeno que afecta incluso a presidentes que han sido elegidos recientemente, como es el caso de Boric, que asumió la presidencia de Chile en marzo y cuyo índice de aprobación está por debajo del 30 porciento. Además, en septiembre pasado, los votantes rechazarón de manera amplia el proyecto de nueva Constitución que impulsaba el Gobierno.
En tanto, el índice de aprobación del presidente colombiano, Gustavo Petro -que asumió en agosto pasado-, descendió 10 puntos, del 56 al 46 por ciento, en apenas dos meses y medio.
“La gente se decepciona de forma relativamente rápida de sus nuevas autoridades, porque la situación económica es muy complicada, porque hay inflación y no hay suficiente crecimiento. Eso hace que los Gobiernos terminen pronto su luna de miel y afronten desafíos muy complejos”, agrega el también profesor de la Universidad Diego Portales de Chile.
IMPACIENCIA Y MALESTAR CIUDADANO
La desaceleración del crecimiento económico -con algunos países incluso en recesión-, la elevada inflación y el aumento del desempleo están generando malestar e impaciencia entre los ciudadanos, muchos de los cuales pasaron de la clase media a la pobreza, a pesar incluso del gasto realizado por los Gobiernos durante el prolongado cierre a causa de la pandemia a fin de mantener un minimo nivel de protección social.
El FMI, la Cepal y otras instituciones económicas han rebajado las expectativas de crecimiento para la mayoría de los países de la región, que en 2023 crecerá apenas un 1,4 por ciento. Mientras tanto, los bancos centrales han optado por elevar considerablemente las tasas de interés para encarar una fortaleza del dólar que golpea a los mercados emergentes y frenar la inflación, aun a riesgo de ralentizar el crecimiento económico.
“De las veces que a los líderes de izquierda les ha tocado estar en el poder, esta va a ser la más difícil. La economía no va a crecer o va a crecer muy poco en 2023, las necesidades son muy grandes”, advierte Patricio Navia, quien no cree que los electores latinoamericanos estén votando por la izquierda de manera concertada.
“Yo no lo veo como un giro a la izquierda, sino como un descontento con las autoridades, que se va a replicar con los nuevo gobernantes si es que no entregan soluciones”, advierte.
“Aunque sean Gobiernos de izquierda, van a tener que aplicar políticas de derechas, de austeridad. Van a tener que renegociar su deuda con el Fondo Monetario Internacional y destinar más recursos al pago de la deuda que a programas sociales. Eso es un desafío muy complejo”, sostiene este analista, quien recuerda que “cuando Lula asumió por primera vez, en 2003, la economía estaba creciendo. Había un boom de exportaciones y el Gobierno tenía más recursos para redistribuir. Ahora la gente espera lo mismo, pero Lula no tiene dinero para cumplir con esas expectativas”.
Tampoco el exdirector de Human Rights Watch José Miguel Vivanco considera que se esté dando un giro colectivo hacia la izquierda en América Latina de forma cooordinada.
ALTERNANCIA EN EL PODER Y VOTO DE CASTIGO
“Yo tengo una tesis distinta, yo creo que la mayoría de la gente recurre de una manera muy rigurosa a lo poco que tienen (para influir en la política), que es la alternancia en el poder y el voto de castigo. Que coincidan los ciclos con que haya simulltáneamente Gobiernos de izquierda es otro asunto”, señala Vivanco, hoy miembro del Council on Foreign Relations de Estados Unidos.
Vivanco recuerda que el triunfo de Boric, Petro -y ahora también Lula da Silva- ha sido por un margen muy estrecho.
“Es cierto, la región ha pegado un bandazo hacia la izquierda, qué duda cabe, pero sería un error interpretarlo como que de la noche a mañana América Latina se hace más conservadora y cuatro años más tarde pasa a ser de izquierdas”, manifiesta este experto.
“Lo que sí consta es un voto de castigo. En las últimas elecciones, casi ningún gobernante ha sido reelegido (…), pero las demandas por lo general no cambian. La gente está frustrada y agotada”, señala Vivanco, quien también es socio de la firma Denton Global Advisors.
“La democracia electoral es la única herramemta con que cuenta la gente para hacer valer sus posiciones”, explica Vivanco, y agrega: “Lula o Boric perfectamente podrían ser sustitutidos mañana por un Gobierno de un color ideológico opuesto en la medida en la que la gente sienta que las promesas de campaña no se cumplieron”.