Rafael Salin-Pascual, académico de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), dijo que en el país, tres por ciento padece este trastorno que detona el temor tras ocurrido un evento que represente algún riesgo.
Indicó que las personas que lo padecen tienen pesadillas, sueño fragmentado o falta del mismo, lo que deriva en fatiga y ansiedad.
“El estrés postraumático es una alteración médico-psiquiátrica que no se resuelve por sí sola, se trata con terapia y, en algunos casos, con fármacos”, abundó en un comunicado de la UNAM.
Comentó que el padecimiento deriva de una vulnerabilidad en los receptores de cortisol en ciertas zonas del cerebro y aunque es provocado por eventos que implican pérdidas humanas o materiales, hay personas más proclives a desarrollarlo por factores genéticos, de crianza o educación.
El especialista destacó que su prevalencia varía y va en función de las situaciones que lo desencadenan, del tiempo de exposición y de la vulnerabilidad del individuo.
Afirmó que si se detecta desde los primeros síntomas y se atiende a tiempo no se pasa a la fase crónica, que es severa y en la que se requiere de medicamentos para la recuperación, que suele ser larga.
“El problema es que mucha gente no busca ayuda ni en la fase crónica, porque no saben con quién asistir o tienen miedo del psiquiatra”, subrayó.
Salín-Pascual informó que en la UNAM existe un programa de ansiedad social, mediante el cual se detecta a las personas con incapacidad para hablar en público, presentar exposiciones en clase, preguntar dudas a maestros o ir a eventos sociales solos.
También es posible darse cuenta de las personas con dificultades para hablar por teléfono y solicitar datos o entablar una relación de pareja. A ellas se les brinda tratamiento para que su cerebro pueda exponerse a los demás, añadió.