Bilbao, Esp. Cargadas con cubos de pegamento líquido y cepillos, en grupos de tres, cada noche desde hace más de dos meses, decenas de mujeres recorren las calles de París pegando en las paredes los nombres de las más de 136 mujeres asesinadas a manos de sus parejas o ex parejas desde que empezó el año.
Tras años de sensibilización por parte de los movimientos feministas, 2019 parece ser el año en el que tanto el gobierno como la sociedad han tomado conciencia de la extensión de una problemática particularmente enquistada en Francia: cada dos días se comete un nuevo feminicidio y, a falta de un mes para terminar el año, las cifras superan ya las de 2018.
En la tranquilidad de la noche, Maud, Julie y Laura recorren los alrededores de la Place de Clichy escrutando muros limpios donde colocar sus collages. En medio de una pegada, se les suma espontáneamente otra chica, Bertie, que ha visto las acciones del grupo a través de Instagram. Para todas ellas, esta es su primera acción como militantes feministas ya que, como explican:
“Este es un tema que como mujer me conmueve, cada feminicidio es como una puñalada”, subraya Bertie, y añade: “Antes era un tema tabú y las mujeres teníamos miedo de hablar”. Una opinión que respalda Maud: “El #MeToo ha hecho que la violencia hacia las mujeres se exteriorice cada vez más, lo que ha provocado que el feminismo en Francia esté tomando una nueva dimensión”.
Con asombrosa tenacidad, las militantes se reúnen cada día bajo las vigas del ático de un edificio ocupado por un colectivo de artistas. En cuclillas o tumbadas, van creando todas las tardes sobre folios DIN A4 las letras de los mensajes que pegarán por la noche: lemas que van de lo político a lo emocional y, con escalofriante frecuencia, nuevos nombres de mujeres asesinadas, 35 desde que empezaron a pegar.
El movimiento nació el 28 de agosto a raíz del llamamiento en Twitter de la antigua militante de Femen en Francia, Marguerite Stern, para organizar una gran acción de pegadas de collages en París. Desde entonces, el flujo de nuevas militantes es continuo, reuniéndose de media una treintena de mujeres cada noche.
Ante las recién llegadas, Stern repite una consigna fundacional:
“No queremos que el movimiento tenga un nombre porque corremos el riesgo de que se vuelva más importante que el de las mujeres asesinadas. No estamos aquí para hablar por ellas. El objetivo debe ser honrarlas, que su memoria tenga un espacio en la sociedad”. Aunque entre las participantes hay mujeres de todas las edades, la mayoría tienen entre 20 y 30 años. Astrid, de 25 años, presente desde el tercer día, ayuda a dibujar el perfil del grupo: “Muchas de las que estamos aquí tenemos un pasado de violencia machista y creo que todas teníamos ganas de levantarnos del sofá y hablar de este tema”.
Collages como ventanas
Desde un punto de vista gráfico, el collage está a medio camino entre el póster y el grafiti, con una tipografía muy depurada que recuerda a los tipos de una imprenta y que, por lo tanto, impacta y es visible desde lejos.
Por otro lado, algunos mensajes hielan la sangre: “Papá mató a mamá”, “Céline, defenestrada por su marido”, “Chantal, asesinada por su marido mientras dormía”. Una violencia escrita que según Stern, la impulsora de la campaña, es absolutamente intencionada: “Se espera de nosotras que seamos discretas y frágiles, pero queremos que los collages sean así, duros, como reflejo de una realidad violenta”. Para otras militantes, como Lise, se trata de poner sobre la mesa un problema que hasta ahora no había sido abordado desde el ángulo correcto: “A veces nos da miedo salir por la noche o encontrarnos solas en un parking por lo que pueda ocurrir, pero la violencia se da en nuestras habitaciones, en nuestras casas. Por eso, nuestros collages funcionan como ventanas que hacen público algo que pertenece a la esfera privada”.
La acción, que desde sus inicios tuvo una gran repercusión mediática, se extendió rápidamente por más de una decena de ciudades francesas y también a otros países como Bélgica y Suiza.
En la sede de París, las militantes intentan dar un carácter internacional a sus mensajes para engarzar su lucha en una corriente global. Así se han podido leer eslóganes del tipo “Ni una menos” en recuerdo de las movilizaciones de Chile y Argentina, y otros que apelan al turista y a los medios extranjeros: “In France, a feminicide every 2 days”.
En otras ocasiones, son las propias familias de las mujeres asesinadas quienes les contactan para que inscriban en las paredes el nombre de un familiar:
“Ahí es donde te das cuenta de que la acción era necesaria, porque no molesta a las familias, al contrario”, apunta Marguerite Stern. Para Astrid, pintar los nombres se convierte en una responsabilidad: “El pincel se vuelve más pesado”.
De vuelta a las calles, las activistas han tenido que hacer frente a todo tipo de reacciones, desde vecinas y vecinos que se solidarizan con ellas y les echan una mano, hasta hombres que les increpan porque “ellos nunca han pegado a nadie” o que les acusan de degradar el espacio público. Según Astrid son, sorprendentemente, las mujeres mayores quienes mejor han acogido su acción: “Te das cuenta de que esperaban una campaña así, porque, aunque son contemporáneas de mujeres como Simone de Beauvoir y Simone Veil (impulsora en 1975 de la ley que despenalizó el aborto en Francia), el marco en el que crecieron seguía aceptando como ‘normal’ la violencia contra las mujeres”.
La política publicitaria del presidente Macron
Los collages buscan también ser un arma de presión política en un momento en el que el presidente de la República, Emmanuel Macron, ha decidido hacer de la lucha contra la violencia conyugal uno de los ejes de su mandato.
A través de su secretaria de Estado para la Igualdad entre mujeres y hombres, Marlène Schiappa, el gobierno lanzó el 3 de septiembre una concertación entre diputadas y diputados, asociaciones de víctimas, abogacía, personal médico y los cuerpos de seguridad del Estado con el objetivo de definir un gran pacto para mejorar la prevención y la protección de las mujeres víctimas de violencia conyugal.
Según los datos recogidos por el último informe de la Inspección General de Justicia, publicado el domingo 17 de noviembre, en el 41 por ciento de los casos de asesinatos estudiados, las víctimas habían denunciado previamente a su agresor; denuncias que, en 80 por ciento de las veces, fueron archivadas sin consecuencias legales.
Estas cifras han obligado a la propia ministra de Justicia, Nicole Belloubet, a reconocer que los fallos son estructurales: “Nuestro sistema es incapaz de proteger a las mujeres víctimas de violencia conyugal”.
Con los medios de comunicación loando la dotación de medios y de medidas que prevé la ley española de 2004, el gobierno francés anunció al inicio de las reuniones algunas propuestas como la apertura de mil nuevas plazas de acogida para mujeres maltratadas, la posibilidad de denunciar en el hospital o la implantación del brazalete electrónico a los maltratadores desde el momento en que se judicializa el caso.
“Llevamos años proponiendo esas medidas”, puntualiza Laura Jovignot, de Nous Toutes, “pero no sirven de nada sin los mil millones de euros de financiación que reclama el Alto consejo por la igualdad entre hombres y mujeres (HCE) desde 2018”. Una cantidad que Marlène Schiappa se ha comprometido a igualar en 2020, aun cuando hoy en día el presupuesto de la Secretaría que dirige sea la mitad, 530 millones de euros.
“La concertación del Gobierno llega tarde, y como un elefante en una cacharrería”, afirma Alaia Berhonde de la asociación de Bayona PAF (Pour une alternative féministe), “desde París se nos quiere decir lo que hay que hacer, pero son las asociaciones las que están batallando el día a día en condiciones de trabajo a menudo pésimas”, sentencia.
Además, Berhonde considera que antes de que el gobierno pusiera en marcha este gran pacto ya existían observatorios locales como el de Bayona que fueron desapareciendo por falta de financiación.
En las calles de París, otro collage recuerda que “una de cada tres mujeres asesinadas por su pareja había denunciado a su agresor”. Y es que, como recoge en un comunicado la asociación Woman Safe que acompaña a mujeres víctimas de violencia conyugal, Francia necesita apostar por la creación de tribunales y fiscales especializados ya que a pesar de que algunas propuestas del gobierno, como el brazalete electrónico, ya figuran en la legislación actual, los jueces dudan en aplicarlas por falta de conocimientos o de medios.
Otro gran aspecto en el que inciden los colectivos feministas es en la necesidad de abordar el problema de la violencia machista en su conjunto. “Desde hace dos años, con el #MeToo, la sociedad se ha concienciado de verdad sobre la magnitud del problema”, defiende Jovignot, “y sin embargo el gobierno nos presenta una perspectiva reactiva ante la violencia, proponiendo estudios después de cada feminicidio para saber dónde se ha fallado, cuando lo que hay que favorecer es la prevención”.
Desde PAF (colectivo feminista que se reivindica mixto) inciden en la importancia de la sensibilización para acabar con este problema, también entre los hombres: “Tiene que convertirse en un tema de debate de primer nivel, que se oigan los testimonios de violencia”, declara Alaia Berhonde, quien afirma tener pocas expectativas ante las medidas del Gobierno, “sólo abarca dos o tres aspectos puntuales del problema pero no todo el marco de la violencia. La violencia es consecuencia de la falta de igualdad, y a la igualdad sólo se llega por el feminismo”.
El gobierno ha escogido una fecha significativa para el cierre de este gran pacto nacional, el 25 de noviembre, jornada internacional por la eliminación de la violencia contra las mujeres. “Estamos en una situación de urgencia, les pedimos que acaben con el politiqueo y pongan el dinero sobre la mesa”, zanja Marguerite Stern. Es un tiempo para, como recuerda uno de los collages: “Honrar a las muertas, proteger a las vivas”.
“Honor a las muertas, protección a las vivas”
21
de Noviembre
de
2019
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