A nivel mundial, las mujeres y niñas sufren y viven la violencia sexual en los espacios públicos –desde el acoso sexual a agresiones sexuales, incluyendo violación y feminicidio–, lo mismo en la calle, transporte público, parques, dentro y alrededor de escuelas y lugares de trabajo, en baños públicos y en centros de distribución de agua y alimentos, o en sus propios vecindarios, es decir prácticamente no hay lugares seguros para las mujeres.
El mundo dividido entre lo público y lo privado –en el que se entendía-aceptaba lo público para los hombres, lo privado para las mujeres– se fortalece con la designación de los “espacios seguros” para las mujeres.
Políticos que pomposamente inauguran placas de parques “seguros para las niñas”, mientras en las calles siguientes una mujer puede ser asaltada y atacada sexualmente. Una colonia ubicada junto a otra donde las mujeres viven violencia física en sus hogares a manos de sus parejas que son también sus agresores.
Una mujer sin estudios, pobre, indígena y que no habla español vive el riesgo de violencia sexual en las calles y en su casa en las mismas proporciones que una mujer con doctorado, con un ingreso económico propio, no indígena y que sí hable español o uno o más idiomas, y ésa es la única realidad, la coincidencia de que no haya espacios seguros para las mujeres independientemente de su origen o posición social.
Sólo están a salvo un poco de la violencia callejera las que tienen un auto, pero aquellas que usan el transporte público saben muy bien lo que es ser violentadas sexualmente en esos espacios.
Las agresiones son de todos los niveles y en todas las formas, desde niñas que apenas entran a la edad reproductiva que viven la violencia de pederastas que las tocan o las hostigan sexualmente, hecho que las traumatiza y que influye en su manera de entender cómo se relacionan los hombres con las mujeres.
La encuesta de violencia contra mujeres jóvenes aplicada en Campeche por el Observatorio de Violencia Social y de Género arrojó que son ellas las que más viven violencia física apenas entran a la edad reproductiva.
Pareciera que cualquier indicio de su feminidad se convierte en una razón para ser golpeadas, insultadas y castigadas en sus propias casas, y si salen son víctimas de la violencia sexual, acoso callejero, y afrontan el riesgo de ser violadas y un sinfín de situaciones.
Las niñas de 12 años son prácticamente “carne de cañón” en los espacios públicos, bajo la mirada de los pederastas, abusadores, docentes que las hostigan, novios que las controlan o les exigen “favores sexuales”.
Ya aprenden que ni en la casa, ni en la escuela, ni en el trabajo hay lugar seguro, porque si alguna es víctima de un hombre mayor que la seduzca, ante el Ministerio Público, las madres y padres, y la sociedad, ella será la culpable.
Ella es la seductora y la que “ya sabía lo que hacía”, y en el mejor de los casos tendrá una familia que reclamará o denunciará el hecho bajo la figura del estupro, que en realidad no es sino un abuso sexual de una menor bajo engaños.
Y para cuando crezcan, a pesar de todas las condiciones de violencia sexual que hay en los espacios públicos, su madurez sexual solo servirá para que a donde vaya sea vista con recelo por otras personas; antes de salir tendrá que repensar varias veces qué ropa usará, por dónde caminará, qué calles elegirá, con quién saldrá.
Evitará “ponerse en riesgo”; si bebe, ella será la culpable de todo lo que le ocurra, porque las mujeres son las responsables de lo que les pasa en el imaginario colectivo, porque en teoría ellas tendrían que quedarse en casa, “donde debe estar una buena mujer decente”. Ah pero claro, es en el hogar donde se cometen muchos de los casos de feminicidio que a diario ocurren en este país.
Entonces nos damos cuenta que no hay lugar seguro, que no importa cuántas placas develen los políticos, mientras la sociedad no empiece por replantearse su forma de ver a las mujeres en los espacios públicos como en los privados, respetando su voluntad y dejando de cuestionar “las horas para que una mujer ande en la calle”, pero también revirtiendo el concepto de “espacios seguros” para empezar a reclamar un mundo seguro para todas las niñas y mujeres.