Allí se encuentra la primera caminata espacial realizada por Jessica Meir y Christina Koch en el mes de octubre, el movimiento ambientalista construido por Greta Thunberg, el Premio Nobel de Economía otorgado a Esther Duflo y la labor de la científica Katie Bouman, que condujo a la primera imagen de un agujero negro en la galaxia.
Estos triunfos son, en definitiva, el resultado de un tesón extraordinario y sirven de referente a las nuevas generaciones de niñas y jóvenes.
Hubo también movimientos políticos y culturales importantes, como la exigencia de grupos de mujeres profesionales del deporte para ganar un salario igual al de los hombres, las sentencias sobre violencia sexual de España, el abatimiento de estereotipos y tabúes para abordar la sexualidad en temas como la menstruación y los derechos reproductivos.
Estuvieron allí las nuevas representaciones de las mujeres, lideresas de sus comunidades y políticas implicadas en la toma de decisiones, a la par de cambios legales como la prohibición del matrimonio infantil, la aprobación del matrimonio igualitario y la despenalización de la homosexualidad en determinados países.
Sin embargo, la meta de la igualdad aún se ve obstaculizada por prácticas discriminatorias. La entidad internacional, al abordar los pendientes, otorga algunas cifras: todavía las mujeres reciben un ingreso económico menor en 23 por ciento al de los hombres, representan dos tercios de la población mundial que son analfabetas, dedican tres veces más horas que los hombres a tareas domésticas y de cuidados no remuneradas y apenas ocupan 24 por ciento de los escaños parlamentarios.
Precisamente, la discriminación de género que prevalece en el mundo genera diversas formas de violencia que impiden el desarrollo de las mujeres y constituyen un riesgo para su integridad. Porque sigue siendo una realidad vigente para este 2020 que una de cada 3 mujeres ha sufrido violencia física o sexual en algún momento de su vida, principalmente por parte de su pareja.
En México encontramos ante una práctica social extendida en todo el país, ya que 66 de cada 100 mujeres de 15 años y más experimentaron al menos un acto de violencia de cualquier tipo, ejercida por distintos agresores y en diversos ámbitos.
Para cambiar estas circunstancias, es indispensable que la sociedad erradique primero los estereotipos que tiene de nosotras, porque solo así se dará cuenta de las formas en que nos condiciona el sumarse la búsqueda de una protección eficaz por parte de los gobiernos y el reconocimiento del derecho a una vida libre de violencia.
Del mismo modo que, antiguamente, la ley exigía de la mujer calidades subjetivas como ser casta y honesta para protegerla de determinadas prácticas de violencia sexual, todavía persisten los discursos que se manifiestan aliados de las mujeres, pero anteponiendo la utilidad de los roles tradicionales, tal y como sucede con aquellos personajes públicos y políticos que hacen propias algunas de las exigencias feministas para la promoción personal o electoral, a la vez que minimizan y atacan el activismo de las mujeres el resto del tiempo.
Buen ejemplo de este tipo de mensaje lo dio recientemente el líder de la iglesia católica Jorge Bergoglio, quien manifestó públicamente que la violencia infligida a la mujer es una profanación porque es"fuente de vida" y la "carne más noble del mundo", ya que por medio de ella, en su rol esencial de madre, trajo la salvación de la humanidad y es donante y mediadora de paz.
Justo toda esa carga anacrónica y cosificante es lo que ya no debe continuar.
Es inviable, absolutamente, proteger a las mujeres y pronunciarse en su favor, en tanto cumplan con nuestros estereotipos, porque salir de una situación de violencia y desigualdad implica necesariamente transgredir los roles tradicionales de sumisión.
Que quede claro. Es obligación de los Estados protegernos de la violencia y es deber de nuestro entorno respetarnos, sea cual sea nuestra forma de vivir y nuestras decisiones.
Que quede claro. Las mujeres vamos a ocupar otros espacios y vamos a representar otros papeles muy lejanos a los que las sociedades están acostumbradas. Así debe de ser, no solo porque es nuestro derecho sin distinción alguna, sino porque de lo contrario la civilización no avanza. A más ver.