San Juan de Rioseco, destino de turismo ecológico en Colombia

19 de Octubre de 2017
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Bogotá, 19 Oct (Notimex).- San Juan de Rioseco es un pequeño poblado en el centro de Colombia, que fue considerado como “zona roja o de orden público” durante la guerra interna, pero hoy con sus hermosos paisajes se proyecta como uno de los nuevos destinos para hacer turismo ecológico en el posconflicto.

San Juan de Rioseco está ubicado en el central departamento de Cundinamarca, en la provincia de Magdalena Centro, a 117 kilómetros de Bogotá, a mil 303 metros sobre el nivel del mar y con una temperatura que oscila entre los 18 y 24 grados centígrados.

Es un pequeño pueblo con unos 20 mil habitantes a un costado de la cordillera de “Peñas Blancas o Gibraltar”, con tres imponentes cerros que se divisan desde cualquier sitio de San Juan de Rioseco, que forman parte de la belleza natural de la región.

Al occidente se puede apreciar el cruce silencioso del río Magdalena, que es el principal afluente de Colombia, que fue testigo mudo de la violencia en este país porque por estas aguas bajaron centenares de cadáveres por años y años.

A 20 minutos del pueblo bajando por la carretera principal rumbo al caserío de Cambao, en las riberas del Magdalena, se encuentra el mirador “La vuelta del Ángel”, desde donde los turistas nacionales y extranjeros pueden apreciar la majestuosidad de los andes, y cuando el cielo está despejado se aprecian los nevados del Tolima, Ruiz y Santa Isabel.

Cambao, el pequeño caserío que está bajo la jurisdicción de San Juan de Rioseco, ofrece la belleza del río Magdalena, los platos típicos son a base de pescado, yuca y patacón (plátano frito).

San Juan de Rioseco, fundado por los indígenas de la nación Panche y declarado como municipio de Colombia el 9 de abril de 1801, vive de la agricultura y la ganadería, pero ahora que las guerrillas de las FARC dejaron las armas, el pueblo apuesta por ser uno de los nuevos destinos para el turismo ecológico.

En el parque principal del pueblo, en las calles y en la plaza del mercado, a donde llegan las legumbres y las frutas frescas, los rostros de su gente reflejan alegría, confianza, seguridad y pujanza porque la guerra es historia del pasado.

“Este municipio era zona de orden público, por la presencia de la guerrilla y otros grupos armados. Después de la firma de los acuerdos de paz la seguridad en el pueblo ha mejorado en más de un 90 por ciento”, comentó a Notimex uno de los policías presentes en una de las puertas de la plaza del mercado.

Las calles del pueblo se pueden recorrer hasta altas horas de la noche, sin miedo, sin temores, para apreciar los hermosos atardeceres y amaneceres que iluminan de colores al pueblo desde el horizonte.

La iglesia, un verdadero monumento, tiene unas cúpulas tipo catedral, es una joya arquitectónica, que reúne a los feligreses no solo para rezar y orar, sino para fomentar la integración y la convivencia en el pueblo con el dinamismo que le impone su párroco, Carlos Ortiz, que desde las cuatro y treinta de la mañana hace repicar las campanas, cuyo sonido se mezcla con el cantar de los gallos.

Los oriundos del pueblo que por razones de la violencia abandonaron sus tierras y salieron a buscar futuro a la capital colombiana, empezaron a regresar para recuperar sus parcelas.

Comenzaron a hacer inversiones en proyectos turísticos-hoteleros y en agricultura, además de apostar por su desarrollo con la tranquilidad de que sus trochas y caminos se pueden recorrer porque quedaron despejadas de la barbaridad de la guerra.