“En consulta, lo que primero que hacemos es identificar si el paciente tiene factores de riesgo, como antecedentes familiares, bajo peso al nacer, sobre peso u obesidad, ser diabético o hipertenso, y saber si hay síntomas que indiquen la progresión de un daño renal”, dijo la especialista.
De haber sospecha, continuó, se realizan pruebas como toma de la presión arterial y análisis de una muestra de orina. De esta última, el objetivo es hacer una medición de creatinina sérica y de sedimento urinario, para saber si los riñones están funcionando adecuadamente.
“Con base a esto, se hace una clasificación de la severidad de la enfermedad renal crónica si la hay. Una vez identificado el estadio clínico se establece un plan de acción. En el I y II se trata de una nefropatía temprana en donde el paciente no presenta sintomatología”.
A partir del III aparece el cuadro clínico y en el IV, indicó, la persona se encuentra en etapa de prediálisis, es decir, está muy cercano a recibir tratamientos como la diálisis peritoneal o la hemodiálisis e incluso un trasplante.
Resaltó la importancia de someterse a pruebas de función renal al menos una vez al año, es que se detecte a tiempo a las personas que tienen mayor riesgo de padecer la enfermedad y modificar hábitos para prevenir su desarrollo, realizar ejercicio, hidratarse con agua simple y consumir una dieta balanceada.