Por esos años, dijo, quienes habían sido detectados con el virus solo podían hacer una cosa, sentarse a esperar la llegada de la muerte, “yo en ese entonces no sabía la magnitud de lo que era el VIH, como ama de casa no sabía que en mi cama había entrado, sin saber que el condón me iba a salvar de mucho”.
Críada en una familia en la que al centro de la mesa se reúnen todos los estereotipos de género, Silvia creció creyendo que la violencia que le propinaba su marido desde que se casó a los 15 años era natural, “es tu cruz y tu la vas a cargar hasta donde puedas”, le decía su madre, así que cuando le llegó la noticia de que tenía una enfermedad rara, no supo qué hacer.
Por aquellos días, recordó, los médicos te trataban a tres metros de distancia, algunos iban vestidos con trajes parecidos a los de los astronautas, entre los ires y venires para conocer más sobre su nueva condición fue interceptada por Adrián Gómez, un activista homosexual parte del entonces naciente Frente Nacional de Personas Afectadas por el VIH (Frenpavih), quien le abrió los ojos para hacerle entender que tenía derechos, mismos que minutos después le fueron borrados por una cachetada de su marido, quien la regañó por hablar con desconocidos.
“No seas pen...., reclama tus derechos, despierta”, le dijo Adrián, que a partir de ese día fue su mentor y su guía, en cuanto al entonces esposo de Silvia, quien le reclamó sus salidas como recién estrenada activista, lo calló al arrojarle la plancha de la ropa y al recordarle quién era el responsable del entonces desconocido virus que corría por sus venas.
Un paracetamol o un antibiótico curarían la enfermedad, pensaba Silvia, quien no tenía idea de la magnitud del VIH, “yo pensé que esto del Sida era de una semana, no de toda mi vida”, recordó con los ojos llenos de vida.
Ella es una mujer de mediana estatura pero con grandes aspiraciones, a 23 años de aquello, cuando ni siquiera conocía sus derechos, ha tocado las vidas de muchas personas.
“Me acaba de chin... mi vida, y luego lo del VIH, y su bisexualidad, la atención médica, salir adelante, carburé al millón, por ese entonces la prueba tardaba un mes en dar resultados”.
Ello aunado a la posibilidad de que el más pequeño de sus hijos, de entonces dos años, pudiera estar contagiado por el virus, por lo que se comprometió en que si su hijo estaba bien ella buscaría la manera de ayudar a las personas afectadas por este virus.
En la actualidad, atiende Casa Diego, en la delegación Coyoacán, de la Ciudad de México, “si yo sola pude sacar a tres hijos adelante, los tres son licenciados, puedo sacar a más personas”, señaló orgullosa, sin embargo, puntualizó que a su hogar solo entran quienes quieren crecer, quienes hacer algo grande con su vida.
Casa Diego ofrece atención a al menos 20 personas infectadas por VIH, sin embargo, se comienzan a sumar quienes tienen otros padecimientos, ello, aunado a que Silvia recientemente ofrece ayuda para los inmigrantes que van en el tren del Chepe.
Esa mujer de hace 23 años ya se murió, explicó al recordar que por esos días desconocía todos sus derechos, tampoco sabía que podía decidir sobre su cuerpo, sobre su sexualidad, ni siquiera de enfrentar su propia desnudez, víctima de abusos por parte de su marido.
La ahora activista continúa en pie de lucha por el despertar de las mujeres y aún después de apoyar durante dos décadas a personas afectadas por este virus sin distinción de género o preferencia sexual, continúa siendo víctimas de discriminación y hace un año el mote de “sidosa” apareció en su panorama.
Con pistola en mano, uno de los vecinos de Silvia, donde también opera Casa David, le dijo “te voy a matar por sidosa”, Ana se quedó petrificada para luego recordar todas y cada una de las batallas libradas desde desde hace veinte años, “si pude con la epidemia, si pude con mi vida, que no pueda con un vecino”.
En ese sentido puntualizó la importancia de sumar esfuerzos para lograr mayores avances en materia de equidad de género, “el VIH no mata, mata más la ignorancia”.
En ese sentido, refirió que se debe dotar a las mujeres de mayores herramientas, con educación, con acceso a oportunidades laborales para fortalecerlas y dotarlas del poder de elegir sobre sí mismas, “quitarnos ese mandil de la cocina para salir y ver lo que está sucediendo en la sociedad”.
“No es necesario ser VIH, no es necesario tener una enfermedad para que te golpees, sino salir de sus casas y tener otra perspectiva en la vida, objetivos, no quedarnos dormidas, porque la vida se vive una vez, no se vive varias veces y bendito Sida porque no hubiera crecido como mujer”.