Las desigualdades marcan los cuerpos de las mujeres

04 de Abril de 2016
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Medellín, Colombia, abril (SEMlac).- No es posible seguir hablando de violencia contra las mujeres sin establecer un vínculo con las desigualdades, señalaron en Medellín, Colombia, participantes en la jornada regional "Resistencias frente a las desigualdades y las violencias en los cuerpos de las mujeres de América Latina y El Caribe", realizada en esa ciudad los días 29 y 30 de marzo.

Activistas, investigadoras, integrantes de movimientos sociales, profesionales de la comunicación, feministas, indígenas y otras luchadoras por los derechos humanos de las mujeres de la región abogaron por impulsar nuevas alianzas frente a la violencia machista y por seguir visibilizando sus distintas formas de violencia sexista como estrategias de dominación patriarcal.

América Latina y El Caribe es la región donde más se ha logrado reducir la desigualdad y es, al mismo tiempo, la de mayor desigualdad y mayor violencia fuera de las áreas de conflicto, indicó Simon Ticehurst, director regional de Oxfam Internacional, durante la apertura del encuentro, convocado por esa organización de la cooperación internacional.

Ticehurst reiteró el compromiso de seguir trabajando por el liderazgo y empoderamiento político de las mujeres, la identificación de brechas económicas y de las violencias que ellas viven.

La violencia contra las mujeres y sus vínculos con la desigualdad en la región necesita ser explicitada, con mayor articulación, sostuvo.

En el caso específico de Colombia, uno de los países de mayor desigualdad en la región, las mujeres debemos ser vigilantes del proceso para llegar a acuerdos de paz y mantenernos atentas para que esta paz llegue de la mano de garantes de derechos que permitan achicar las brechas de desigualdad, señaló, por su parte, Aída Pesquera, directora de Oxfam-Colombia.

Pesquera reconoció el papel que han jugado las mujeres lideresas en la región, así como varias organizaciones en defensa de sus derechos, pero alertó igualmente sobre el momento que ahora se vive, en el que también se incrementa la criminalización y persecución de mujeres defensoras de derechos humanos.

Violencias diversas

"El primer territorio de las mujeres es nuestro cuerpo", fue una frase repetida durante los dos días de intensas sesiones de trabajo, pero a la vez hay "una fuerte relación entre el cuerpo de las mujeres y el territorio", complementaba otra idea.

"Por eso a veces la resistencia más fuerte a la salida de las tierras la hacen las mujeres", explicó Natalia Quiroga, investigadora, activista feminista y partidaria de indagar en la relación entre comunidades y territorio para fortalecer el poder de las mujeres.

Ante la volatilidad de la mano de obra, de las promesas neoliberales a salir para buscar mejores ganancias, hay cuerpos que quedan anclados al territorio: el de las mujeres, indicó.

"Ellas son reconocidas por sus saberes en las comunidades y no pueden salir corriendo de allí porque la única forma de vivir está en ese espacio, en esa tierra donde están enraizadas",

De ese modo llamó la atención acerca del territorio en la vida de las mujeres, cuyos cuerpos quedan a veces empantanados allí donde su vida gira en torno al trabajo que garantiza la satisfacción y las necesidades de otras personas y su comunidad.

En su opinión, uno de los retos desde el feminismo es abrir esos espacios a otras formas de organización de las sociedades, dijo en alusión concreta, como ejemplo, el pueblo nazca, que organiza la política de forma obligatoria y rotaria, que pasan por la necesidad de mandar obedeciendo.

"Son otras formas en que se puede construir un espacio comunitario desde lo político", señaló.

También se necesita visibilizar los distintos tipos de violencia que vivimos las mujeres, agregó Clara Inés Mazo, activista ecofeminista.

Entre otras, se refirió a la contenida en el lenguaje y las imágenes, la del uso de los cuerpos como trofeo de guerra y la de negarles a las mujeres el espacio para el tiempo libre y la recreación por sobrecarga de trabajo, así como la dinámica de mercado que las convierte en objeto de consumo y consumidoras compulsivas de necesidades.

Damaris Ruiz, responsable regional de derechos de las mujeres de Oxfam en Latinoamérica y Caribe, se refirió a la gran concentración de poder, riqueza y desigualdad económica de la región que nos ha empobrecido como mujeres.

En 2014, el 10 por ciento más rico de Latinoamérica y Caribe acumulaba 71 por ciento de la riqueza y el patrimonio, mientras 70 por ciento de la población más pobre apenas retiene solo 10 por ciento de la riqueza, ejemplificó.

La dimensión económica es una de las formas en que se manifiesta la desigualdad y es evidente que las mujeres son mayoría entre los pobres, algo que supera el tema de los ingresos, agregó.

"Los avances y derechos económicos de las mujeres siguen siendo muy vulnerables respecto a los hombres, se han dado retrocesos en la región y ello tiene también profundas raíces en el machismo, en considerar que las mujeres tienen menor importancia", precisó.

Más allá de las que están en el mercado laboral, se impone indagar en las condiciones que existen para que puedan participar en el mercado remunerado del trabajo, con garantía para sus derechos.

La violencia en los enclaves de exportación o maquilas y el trabajo doméstico fueron ejemplos citados por la economista argentina Corina Rodríguez Enríquez como escenarios que generan formas explícitas de violencias en los cuerpos de las mujeres, sus condiciones de salud y uso del tiempo, entre otras variantes.

Se refirió además a la explotación presente en la apropiación del trabajo de cuidado, que n o solo reproduce la vida material sino también prácticas simbólicas.

"El trabajo de cuidado involucra tareas imprescindibles para la reproducción física y cultural de la vida, es un rol sistémico, sin él no podría reproducirse la fuerza de trabajo", reconoció.

Aunque el cuidado es provisto desde el hogar, el Estado, el mercado y la comunidad, la evidencia demuestra que el reparto de responsabilidad entre estos actores es desigual y la mayor parte recae en los hogares, en particular en las mujeres.

"Es injusto porque el cuidado está desigualmente distribuido en la sociedad, pero además está desigualmente distribuido en hombres y mujeres. Entonces la variable de ajuste de esta desigualdad sigue siendo el tiempo de las mujeres", sostuvo.

Reiteró que ese uso superintensivo del tiempo es también una forma de violencia que se expresa en calidad de vida y se estratifica en la medida en que algunas pueden comprar servicios de cuidado y otras, por su bajos ingresos, no pueden derivar esos cuidados a ámbitos extra domésticos.

Identificadas como una forma extrema de desigualdad, las cadenas globales de cuidado perpetúan a las mujeres en ese rol, ya que muchas emigran como cuidadoras y son suplantadas en sus familias, en esos roles, por otras mujeres.

Actualmente, además, los programas asistenciales de transferencias condicionadas de ingreso, ampliamente feminizados y supuestamente creados para sostener los ingresos de la población y enfrentar situaciones de pobreza, han mejorado económicamente la vida de las mujeres, pero condiciona el comportamiento de las madres por medio del paternalismo de Estado.

"Ellas se ven cortadas en su autonomía, estigmatizadas por su situación, penalizadas por la falta de acceso a educación y salud de sus hijos como si fuera responsabilidad suya y no del Estado", dijo Rodríguez Enríquez.

Justicia, un tema pendiente

Aunque se reconocieron avances en la región, todavía existen numerosas barreras para que las mujeres puedan acceder a la justicia. Se han promulgado, sobre todo, leyes de igualdad y violencia, pero eso no basta, indicó la costarricense Alda Facio, experta del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

"No poder acceder a la realización de esos derechos para las mujeres es una estrategia del patriarcado", precisó Facio.

Entre otros obstáculos mencionó que no se ha logrado cambiar la forma en que se interpreta y aplica la ley, tampoco en que se hacen las pruebas.

Habló también del alto costo que tiene para ellas el acceso a la justica, de la débil aplicación de leyes antidiscriminatorias, las severas limitaciones de recursos para reparaciones plenas y efectivas de los derechos humanos, el desconocimiento de las mujeres de las obligaciones del Estado y la vigencia de procedimientos legales demasiado formales caros y lenguaje poco accesible.

El encuentro rindió sentido homenaje a Berta Cáceres, luchadora hondureña asesinada el 3 de marzo y quien estaba invitada a este encuentro. También se dedicaron palabras de recordación a la destacada feminista dominicana Magaly Pineda, fallecida el 29 de marzo en su país y a la colombiana Consuelo Arnaiz, activa luchadora por los derechos humanos de las mujeres fallecida en octubre pasado.

Mujeres apasionadas, valientes y directas a la hora de imaginar nuevas realidades para ellas y los pueblos de nuestra América, reiteraron las participantes. Por: Sara Más

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