La acelerada vida moderna y el elevado consumismo han derivado en una depredación del medio ambiente, en el que las sociedades afrontan un dilema que entraña aristas que merecen ser analizadas a profundidad: desarrollo o naturaleza, realidades que generan impacto en el ecosistema.
Las mujeres y niñas viven de manera diferenciada las afectaciones y son pocas las oportunidades de influir en la toma de decisiones del presente y el futuro de los lugares donde viven, y este impacto ha ocupado pocas reflexiones y respuestas institucionales para los momentos de contingencia derivados de desastres socionaturales.
En México, este tema cobra relevancia con la devastación por decisiones particulares respaldadas por las instituciones del Manglar de Tajar, en Cancún, Quintana Roo.
Más allá de las discusiones que el evento generó, nos llevó a reflexionar acerca del efecto que la paulatina devastación de los manglares ha tenido en la vida de la población de la Península de Yucatán, al sur de México, donde cotidianamente los huracanes, tormentas tropicales y otros fenómenos naturales sorprenden a localidades de alta vulnerabilidad, debido a la falta de políticas públicas que incorporen una predicción de los desastres a los que están expuestos los centros poblacionales.
Históricamente la Península, al igual que Centroamérica, ha tenido eventos extraordinarios ligados a los huracanes que cada año se presentan en la temporada, y esto queda en la memoria colectiva de las poblaciones que poco a poco va construyendo su historia e identidad local ligada a los eventos naturales. Confirmando que los desastres tienen una íntima relación con la sociedad y el incremento de los riesgos por decisiones o políticas públicas equivocadas.
Localidades enteras han tenido que ser reubicadas dadas las condiciones de sus poblaciones por los daños, principalmente por inundaciones, derrumbes, hasta destrucción de infraestructura de comunicación terrestre, que ha tenido que ser vuelta a construir con leves modificaciones.
Como ocurrió cuando afectó el huracán “Brenda” en 1973, el huracán “Gilberto” en 1988, y posteriormente en 1995 con los meteoros “Ópalo” y “Roxanne”, y más recientemente “Isidore” y “Mitch”.
Los procesos de reconstrucción están ligados a la capacidad de resiliencia de las poblaciones, pero también a su espíritu de identificación con el lugar que habitan, a las resistencias a abandonarlos porque ahí se encuentran “sus muertos”, que es un aspecto ligado a la idiosincrasia mexicana.
Sin embargo, cuando los territorios han sido modificados en este acelerado crecimiento urbano, muchas de las poblaciones han sido desplazadas acelerando la vulnerabilidad social, ya que se concentran poblaciones marginadas, empobrecidas y de los pueblos originarios en las zonas periféricas de los centros urbanos, donde hay menos infraestructura que evite las inundaciones.
Otro de los problemas es que en la mayoría de los estados de México no se dispone de efectivos programas de gestión de riesgo, y en aquellos casos en los que sí se planean no retoman ni consideran la experiencia de las poblaciones, es decir, se construyen en forma vertical, sin enfoque comunitario.
El desafío más importante es articular y resolver por un lado las diferentes identidades que confluyen en las ciudades, pero también incorporar la organización ciudadana para la mitigación popular, implementando proyectos de formación de las poblaciones para fortalecer su capacidad de intervención y organización, para la cohesión que contribuirá a facilitar su participación en desastres naturales, y así reducir los riesgos para las comunidades.
Hay que mirar hacia estos temas que también representan un impacto en la vida de las mujeres, aunque usualmente se les mira como un problema que afecta a toda la sociedad, es a ellas a quienes les representa una sobrecarga de trabajo, además del efecto de los riesgos en situaciones de contingencia.
Mirar la vida de las mujeres implica reconocer que son ellas las que tienen una relación con el entorno, y toda devastación sobre el medio ambiente a la larga tendrá también un efecto sobre la vida de las mujeres y las niñas.
Mangle y los riesgos socionaturales para la Península
04
de Febrero
de
2016
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