Las otras y soterradas violencias

10 de Septiembre de 2015
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México está viviendo una crisis de violencia que ha durado varios años. Ya lo sabemos. Nunca nos imaginamos que durarían tanto ni los niveles que alcanzarían, las razones, ni cómo ejercerían control sobre la población para ocultarla.

Pero había un antecedente de violencia que predispuso y siempre ha estado en la sociedad, que de alguna forma influye en la capacidad de respuesta de las mujeres y hombres frente a la opresión, el acoso, el hostigamiento, la discriminación y en algunos casos hasta la violencia física… y que es ejercida en los espacios laborales.

Habrá quien piense que es “exagerado” ligar o establecer un paralelismo entre la violencia social que hay en el país y la que viven a diario miles de personas en sus espacios laborales, generalmente ejercida desde personajes que ocupan posiciones jerárquicas de relación y poder como las presidencias municipales, las gubernaturas, las secretarías o titularidades menores.

No importa la posición, sino la tiranía con la que pueden llegar a ejercer la responsabilidad de coordinar trabajos de los subalternos.

CIMAC Foto: César Martínez López. CIMAC Foto: César Martínez López.

Hasta el punto de que para muchas personas sus espacios laborales constituyen verdaderos campos de batalla dada la violencia a la que están expuestas y expuestos, que es sólo diferente, pero no deja de ser violencia como a la que están vulnerables apenas pisar la calle.

Pero también hay otras formas de “violencia” pasiva en los espacios laborales, ésa a la que son condenadas y condenados trabajadores y que va desde la incertidumbre de que no importa qué tan profesional o responsable sea en su trabajo, cuando su jefe lo determine puede ser despedido sin ninguna consideración: el temor a estar “parados” o “paradas”, sin trabajo.

Y esa forma de acoso y hostigamiento laboral difícilmente es denunciada, pocas veces las instituciones laborales saben cómo afrontar o qué hacer, incluso los organismos defensores de Derechos Humanos se quedan pasivos y actúan más como cómplices de las y los titulares de las áreas, sin atreverse a dejar por escrito lo que las y los trabajadores denuncien; actúan más para desanimar la denuncia que para plasmarla.

Junto a la violencia que se vive a diario en las calles, mujeres y hombres trabajadores en este país viven diferentes niveles y formas de acoso con total impunidad, porque sus jefes o jefas saben bien que poco se hará, poco se denunciará y poca acciones se tomarán porque en la mayoría de los espacios todavía se pueden tomar decisiones de despido o marginación unilateralmente en contra de las personas trabajadoras.

Esa incertidumbre está latente y lo mismo se presenta en espacios de universidades, escuelas, instituciones federales, organismos descentralizados, paraestatales, y gobiernos estatales y municipales, además de las secretarías. Y no hay garantía del servicio civil de carrera, ni la inmunidad derivada del cumplimiento, ni respeto a la ética y honestidad de la persona trabajadora.

Eso sin contar por supuesto el acoso y hostigamiento sexual contra las trabajadoras en las oficinas paraestatales o descentralizadas, casos que se han presentado en todos los estados en instituciones como el INE, la CFE, la propia CNDH, las comisiones estatales; las Instancias de la Mujer en las entidades federativas, donde coincidentemente es también –en algunos estados– donde más se violenta a las trabajadoras que se sienten en indefensión.

Violencias directas e indirectas, violencias activas y pasivas como confinar a un escritorio sin permitir a las personas tener un papel activo y cumplir con su trabajo. ¿Cómo puede llamarse a la violencia que consiste en aislar, dejar fuera de toda participación, contratar equipos externos con tal de no involucrar al personal de una institución?

Ese proceso aleccionador de violencia y subyugamiento definitivamente ha logrado sus metas, ha formado una sociedad atemorizada y hasta dócil frente al mínimo indicio de ser despedidas sin que medie ni se respete ningún derecho, porque no se visualiza ninguna posibilidad de cambiar frente al autoritarismo con el que se ejerce la administración pública en muchos espacios.

Lo que tenemos es una clase trabajadora atemorizada y en permanente desconfianza y recelo una de la otra, bajo competencia de sobrevivencia y no por el profesionalismo, con el temor de no ser víctima de la denuncia, y por tanto estar en vigilia para evitar ser la próxima despedida, de los gritos, de la indiferencia o del acoso y hostigamiento laboral que parece estar en todas partes.

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