Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara en la cabecera;
una constelación, la que te guste;
todas son buenas, bájala un poquito.
Voy a dormir
Alfonsina Storni
Campeche es un estado con kilómetros y kilómetros de playa, la mayoría de ella en estado natural. Su ubicación geográfica le otorga una de las vistas más privilegiadas a la hora del ocaso del sol.
Cuenta con kilómetros de selva, llueve cerca de la mitad del año, tiempo en el que el paisaje es verde intenso que contrasta con el mar y está de más decirlo, un azul limpísimo de nubes blancas que se prolongan en todos los caminos. Pero Campeche ocupa el primer lugar nacional en suicidio.
La cifra acumulada es alarmante: durante 2013 se registraron 79 casos. Este año ya se han registrado 16 hasta el pasado 27 de marzo.
Las cifras, son a fin de cuentas números fríos en los que se olvida a veces que se habla de personas, de familias que afrontan una condición extraordinaria frente a la que aún hay muchos tabúes. Socialmente y a pesar del número, el suicidio sigue siendo un tema que marca a las familias.
Todavía recuerdo cuando en mi infancia escuché por primera vez hablar sobre la muerte autoinfligida y fue por una persona que vivía cerca de casa, escuché decir a las vecinas que no habría misa de cuerpo presente, pues como se acostumbra, “los suicidas no son recibidos en las iglesias”.
Eso es lo primero que supe, que es un acto grave. Luego supe de otros casos y en todos ellos siempre coincidía el rechazo social y el estigma. Concluí que quienes se suicidaban debían estar “realmente tristes”.
Y con los años, como muchas personas quizá, experimenté otros acercamientos con el suicidio; una de ellas fue al enterarme aún muy joven que David, el amigo de la infancia, “se había colgado” cuando era un jovencito.
Hoy el estado de Campeche llama la atención a nivel nacional al punto de ser sede de encuentros de estudiosos sobre el suicidio, investigaciones y aparecer encabezando las estadísticas nacionales.
La realidad en lo inmediato es de preocupación hasta la desesperación para encontrar una forma de disminuir la estadística, pero sobre todo de encontrar la lógica posible para entender mejor el problema y en consecuencia darle una salida con la atención y la disminución de los casos.
La Secretaría de Salud en el estado ha implementado un programa de salud mental con cobertura en nueve de los 11 municipios, se cuenta con un paidólogo especialista y se piensa en la especialización de psicólogos en suicidología.
Esto solo da una idea entonces de por dónde va la búsqueda de una solución de lo que es un problema nacional; de acuerdo con las estadísticas, el problema se ha triplicado en los últimos años en todo el país.
Darian Leader, autor de “La moda negra”, texto de sicoanálisis acerca del duelo, plantea y retoma la idea de que el suicidio es a fin de cuentas una forma de protesta social, es como el individuo le reclama al sistema en el que vive, es su forma de protestar y mostrar su inconformidad, es un golpe en la cara a esa sociedad que le ha negado todo.
Y sí, en gran medida muchos de los suicidios se fundan en este país en el enojo por una situación económica, por la falta de oportunidades para ingresar a una escuela o por no poder pagar la fiesta de 15 años a la hija.
Y entonces vemos que no sólo es la carencia, sino también una construcción aprendida acerca de los satisfactores en un mundo consumista que no enseñó a sobrellevar la frustración de no poder comprar todo lo que nos muestra como necesario.
El país en general afronta una realidad difícil y eso puede que haya contribuido al incremento de los suicidios en los últimos años.
Llama más la atención que sean las y los jóvenes (es en mayor proporción en los hombres que en las mujeres) quienes más cometen suicidio, y no es casual que sean los varones de 15 a 30 años los que más mueren por homicidios, pero también son los más involucrados en la comisión de delitos.
Y entonces el tema cobra un matiz de género que es necesario visualizar para entender a fondo que estamos viviendo también la factura que el sistema patriarcal le cobra a los hombres.
Acostumbrados a un sistema en el que eran los proveedores, a entender y a organizar su vida a partir del modelo de hombre exitoso que todo lo controla y todo lo puede, a ser el que aporta y resuelve.
El propio sistema que ha oprimido a las mujeres tiende a oprimir a los varones al punto de ponerlos contra la pared, y no saben –como las mujeres han aprendido a hacerlo históricamente– sobrellevar la frustración y “adormecer” sus sufrimientos con el consumo de pastillas para el dolor y para dormir, suministradas con mucha mayor facilidad para ellas por los médicos.
En cambio un hombre no puede llorar, no puede expresar dolor y si lo siente “se lo aguanta”. Tampoco sabe cómo sobrellevar la pérdida de su rol más distintivo de proveedor en medio de un sistema desgastado que amenaza a la humanidad.
En el caso de Campeche entre las múltiples causas se han detectado razones como la violencia de género vivida en la infancia, el incesto, la violación, el abuso, el miedo a la identidad sexual y otras formas de discriminación, en resumen el patriarcado vive hoy su vuelta de tuerca en Campeche, en el país y en el mundo.
*Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche.