Sin importar desde qué postura se enuncie, incluyendo el pensamiento feminista, todas y todos los sujetos, afrontamos la irresistible tentación de asumir una suerte de superioridad moral y ética fundada en el conocimiento occidental, bajo modelos formales de educación que excluyen y menosprecian otros saberes y patriarcalmente se erigen como propietarios de la razón y el juicio, dándonos otra fuente de separación dicotómica, entre un superior y un inferior.
¿Qué o quién nos ha dicho que el conocimiento nos da potestad de superioridad de facto? ¿En qué parte, en dónde se funda la humana obsesión de la superioridad y el subyugamiento implícito en la conversa cotidiana y, de tentación constante en el mundo académico y profesional? Ser el/la mejor y defenderlo con argumentos desde el conocimiento se ha vuelto el camino más llano hacia la humanidad hegemónica, patriarcal y eso incluye hasta a las feministas.
En una revisión de conciencia encuentro que la superioridad moral y ética que nos abruma en el intento de conversaciones actuales, radica no solo en el afán de descalificar o “desmontar” a la otra y sus argumentos, basándose en la lectura o “interpretación” más lúcida de algún texto, no en su análisis crítico para la comprensión de la visión del o la autora.
Podría ocuparme en reflexionar sobre los mecanismos de esta superioridad moral y ética que se observan en la simple descalificación del otro ya sea por mera suposición de que, desde la posición en la que se encuentra quien habla, se posee un conocimiento que avala cualquier comentario o visión, que –en forma indulgente- explica o intenta explicar algo que cree ignora el otro, suposición absurda en algunas ocasiones y en otras cierta, pero la intención es la misma “ilustrar” con el conocimiento que da superioridad y confiere en automático razón en cualquier discusión que se aproxime.
Y así construimos las relaciones en los espacios profesionales, personales, en redes sociales, en el ámbito académico y profesional en el que sorprende que aún se encuentre personas convencidas, desde el narcisismo contemporáneo de la erudición que le permite descalificar o descartar cualquier mecanismo que no sea el de él o ella misma.
¿Cuándo la humanidad se convirtió en el ente que desde una supuesta luz de conocimiento y razón le lleva a mirar a un otro animalizado e irracional, cuando la luz del conocimiento no atraviesa el camino de ese otro que habita la caverna en la oscuridad voluntaria? ¿Es voluntaria?
¿Pero, esa oscuridad es llana o tiene matices? O lo que es aún más complejo de preguntarnos ¿ese mundo de luz del conocimiento desde el que se asume postura de juez/a en el púlpito de la sabiduría que otorga una superioridad, que eleva y confiere el poder del saber o simplemente es otro ámbito de posibilidad de la existencia que, en vez de dar poder, da conciencia, o debiera darla incluso para observar que el único argumento para defender una postura ideológica es: porque yo sí sé?
La superioridad moral y ética nos envuelve no solo en esta estética violenta de la política que moldea vidas y pensamientos banales en la sociedad mexicana, en la que todos creen tener argumentos para descalificar al otro/a, literalmente liquidarlo como si de una guerra se tratara en una discusión en la que los argumentos más socorridos es el nivel educativo del otro, el nivel social-económico, el color de la piel, el lugar donde vive, su lugar de origen ligado a las periferias humanas y de pensamiento.
La conciencia de una supuesta superioridad moral y ética nos alcanza para ponernos a pensar por qué está tan presente, que incluso desde una discusión-reflexión feminista se imposta una posición de superioridad basada en el conocimiento; desde una teórica feminista que se burle de la intervención de una joven en un espacio en el que se supone se habla de deconstrucción patriarcal en un acto de pleno ejercicio de poder patriarcal.
La ética feminista nos plantea revisar cómo y desde dónde asumimos el poder, la superioridad que -nadie nos dijo- estaba en cuántos libros habíamos leído y cuántos pensamientos distintos al nuestro podíamos desmontar descalificando la racionalidad ajena, en cuyo proceso medir la formación académica del otro o la otra es solo una vía para subyugar igual, idéntico que dentro de un ejercicio-modelo de poder patriarcal falocéntrico en el que todos y todas nos estamos midiendo “a ver quién la tiene más grande”, o lo que es lo mismo y en términos más filosóficos probar la superioridad moral y ética desde el conocimiento.
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche