Hace muchos años ya, en una conferencia en La Habana, Cuba, para hablar sobre feminicidio y la violencia contra las mujeres me permití explicar lo que consideraba ayudaba a entender el sentido instrumental de la violencia contra las mujeres -si es que puede considerarse que lo hay- desde la mirada androcéntrica y violenta.
No significa que las mujeres aceptemos ser nada, ni mucho menos que hable de una “nulificación efectiva y absoluta del yo”, pero de que es la intención de la violencia y su expresión, considero que así lo es, y que el feminicidio es una herramienta de control sobre las mujeres, no sólo sobre la víctima sino también sobre aquellas que serán testigos de este hecho en el contexto social y su efecto de violencia simbólica en ellas.
Para entender el concepto de la nulidad del yo femenino hay que empezar por entender el sentido de la nulificación. ¿Qué es nulificar? Cuando escuché a la mujer hablar para explicar sus sensaciones de ser “nada”, después de que expuse el concepto, agradecí su confianza en comunicarlo y me llevó a reflexionar sobre la violencia cotidiana en nuestras vidas y cómo se vive.
La forma más común es también la más inadvertida. Reflexionaba sobre la intención de esas personas -sean hombres o mujeres- que asumen una actitud de “ignorar” a otra persona, hacer de cuenta que no existe, que no está ahí, no hablarle, no mirarla, no dirigirse hacia ella.
En la intención de lastimar a la otra persona a la que se ignora, entendí el sentido de la nulificación. Se entiende, se sabe que lo que se trastoca con el hacer “nada” a otro ser humano es precisamente desproveer de la condición de persona, violentar su dignidad humana.
Una mujer indígena me refirió en una ocasión cuando acudió a mí en busca de ayuda para exponer una queja por malos tratos institucionales que ella no sabía nada de derecho, pero que le dolía el corazón por la forma como la trataron y al conversarlo con alguien más le recomendaron buscar ayuda de una organización de Derechos Humanos; ella hablaba de su dignidad humana lastimada.
Volviendo al tema de la nulificación, cuando en 2012 hablaba sobre la nulidad del yo femenino rondaba por la idea de que la violencia tenía el propósito y el efecto de despojar de identidad a las mujeres, de fragmentar la identidad -tal como lo hace la tortura- a tal punto, que la persona no pudiera reconocerse a sí misma.
Y es cierto, el efecto de la violencia es en gran medida ese, por esa razón no trasciende el concepto de la “cosificación”, pues la cosa es en tanto que a la mujer que se la violenta no se le reconoce condición de nada.
El efecto que reúne el síndrome de indefensión aprendida, o síndrome de mujer maltratada, ese del que tanto se hablaba como una actitud con la que un pueblo no responde a la violencia y a la desigualdad estructural ante su imposibilidad de mirarse como sujeto de derechos, es también un síntoma de esa nulificación a la identidad, que en el caso de las mujeres va directo a incidir íntimamente su yo interior.
Una de mis autoras favoritas y citada constantemente es Lucie-Anne Skitekatte por su obra “El silencio de Yocasta”, en el que aborda la reflexión sobre la existencia de un yo femenino íntimo más allá del yo femenino creado desde afuera como una máscara impuesta por el patriarcado a las mujeres, hasta convencernos de que esa que nos dicen que somos o debemos ser, esas somos.
No es sencillo el tema, pero la nulificación del yo femenino se refiere justamente a despojar a la persona de toda capacidad para abstraerse y sustraerse de su realidad para tener conciencia primero, y luego llegar a encontrarse de frente con un yo auténtico, un yo femenino interno que le hable y le diga quién es ella misma. La violencia contra las mujeres en todos sus ámbitos va directo a producir el efecto de que nunca nos busquemos a nosotras mismas.