Hace unos días se hizo viral una publicación en la que se afirmaba que la heterosexualidad ponía en riesgo la vida de las mujeres, lo cierto es que existen muchas y suficientes razones lógicas para derribar ese argumento que claramente tienen un sesgo de violencia discursiva al pretender imponer una identidad sexual como la solución a la violencia de género.
Es fácil tomar el argumento y difundirlo para, desde una postura doctrinal y apologética se pretenda hacer de una identidad sexual una suerte de credo que nos dé todas las libertades, lo que se pretende es tan absurdo y la razón es que la identidad sexual -como se ha dicho hasta el cansancio- no se elige sino que es una característica inherente a la persona y que no puede ni debe intentar cambiar para favorecer la aprobación que el entorno y contexto tiene de ella.
Aún así, las personas morenas escuchamos todo el tiempo expresiones tales como “para hacer lucir tu piel más clara”, “ese color de ropa te hace lucir más blanca”, y situaciones que forzosamente pretenden desde una lógica colonialista y blanqueadora, asumir que las personas de piel oscura deberíamos intentar ser más blancas para tener una mejor posición social. Algo así el pretender que se abandone la heterosexualidad para garantizarnos la vida.
Pero haciendo un análisis más profundo, lo que en realidad tenemos que repensar es la facilidad con la que se pierde de vista que la violencia no responde a la heterosexualidad ni a la identidad genérica de las mujeres, sino que es una expresión de la noción del control y el poder que se ha construido dentro del sistema patriarcal como única vía para la dominación del otro, la subyugación del otro. En un sistema en el que la subyugación es per se una forma de ser, la que prevalece en el discurso social.
Indistintamente de la identidad de género, apostamos a la deconstrucción de esa noción, el orden simbólico patriarcal, el logos del conocimiento y nuestra manera de aprenderlo en el que todo se hace desde la estructura de un sistema en el que la imposición bajo mecanismos coercitivos se convierte en la forma de hacer que el otro haga lo que es nuestra voluntad.
El sistema dispone de férreas estructuras sociales para conseguirlo, desde normas, creencias religiosas, noción de la identidad de género y la percepción que de una misma tenemos, hasta convenciones acerca del deber ser para las mujeres y los hombres en cada ambiente social. En caso de que alguna de estas se transgreda, se dispone de mecanismos y herramientas para retornar al redil tanto a los hombres como a las mujeres.
Claro que dentro del sistema se ha conferido mayor valor a la voluntad y vida de los hombres por ser patriarcal que ubica al hombre en el centro de todas las cosas, la hegemonía androcéntrica que nos “inventa” -por decirlo de alguna forma- un orden en el que hay una centralidad y otras periferias feminizadas sin poder y sin atracción, sin valor.
Solo entendiendo esto es posible comprender que la violencia es el mecanismo por el cual se pretende hacer regresar al otro u otra a la sujeción y la subyugación frente a la voluntad del otro, en el ejercicio de un poder hegemónico y patriarcal indistintamente de lo que esa persona que lo ejerce tenga entre las piernas o en sus genitalidades internas.
Nos quedamos en un análisis bastante ligero si achacamos a la heterosexualidad de los hombres su violencia. Entonces ¿por qué las mujeres heterosexuales no los matan? ¿por qué se cometen crímenes de odio entre parejas homosexuales? Sí, como usted lo lee, crímenes de odio entre parejas homosexuales, y ¿por qué hay violencia física y explotación amorosa entre las parejas de mujeres?
La respuesta es, y nos quedamos cortas en el espacio para la reflexión sin duda, porque la heterosexualidad no mata, el ejercicio patriarcal del poder sobre la otra sí. Lo que nos violenta no es la identidad de género, sino cómo las personas hemos aprendido a ejercer el poder y el control y eso es lo que estamos deconstruyendo, y parece ser que -desde mi aprendizaje personal-, la única vía para ir en sentido contrario a ese ejercicio es la renuncia del control y del poder.
Entender que las otras personas no son nuestras, ni extensiones nuestras, que los celos que nos habitan son emociones que podemos procesar íntimamente pero que no tenemos derecho ni facultad para utilizar, así usar a las personas que confían en nosotros, que nos dan su amor como un insumo explotable.
El amor nos empodera, nos confiere “poder” sobre una persona, nos confiere confianza y nos ubica en un plano emocional en el que podemos recibir una percepción idealizada de nosotras mismas, un otro u otra que nos hable de las cualidades que le hacen ver en nosotros la mejor versión posible… pero nosotras somos quienes decidimos y conforme a nuestras capacidades determinamos lo que hacemos con ese “poder”, para mantenerlo, para conservarlo, o para ejercerlo.
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche