Morena soy, oh hijas de Jerusalén, pero codiciable
como las tiendas de Cedar,
como las cortinas de Salomón.
No reparéis en que soy morena,
porque el sol me miró.
Cantar de los Cantares
“En una encuesta sobre Discriminación en México, 90 puntos porcentuales de las personas encuestadas reconoce que quienes más viven discriminación es la gente de tez morena; ese fue un dato alarmante, porque la mayoría (de los ciudadanos) tenemos ese tono de piel”, esta es una cita de un párrafo de la noticia que informa sobre la encuesta y que hace esa reflexión, un tema que particularmente me ha ocupado en todos sus matices.
Es sorprendente pues que en un país de población eminentemente mestiza, haya indicios de “superioridad” fundados en las ideas puristas de siempre ser mejor que el de más abajo, ya sea por el color de la piel, por el estrato social o por el nombre.
Lo más grave del asunto es que la mayoría de las y los mexicanos parecemos llevar un argumento discriminatorio que salta a la primera provocación y sin ninguna justificación.
Cuando una persona nos resulta molesta buscamos una característica física con la cual podamos etiquetarla o adjetivarla de tal forma que enunciarlo resulte la mejor forma de ofenderla, que mejor ejemplo que la famosa expresión de “pinche naco”, con lo que significa una supuesta superioridad de quien lo enuncia frente a quien se le dice.
No importa quién lo diga, ni sus características, pero ése se convierte en el principal argumento para “poner distancia” con la otra persona en una supuesta superioridad de quien ve al “otro” como alguien inferior.
Y así, en México la otredad se ha convertido no en una forma de ver al otro sino de invisibilizarlo, negarlo, desproveerlo y por supuesto de ser incapaces de ponernos en sus zapatos para hacer nuestras sus necesidades.
Hemos derivado de una discriminación simplista a la construcción del otro para segregarlo, invisibilizarlo y por supuesto negarle derechos o simplemente aliarnos con el sistema que se vale de esos argumentos para no hacer ni siquiera el esfuerzo de convencernos de por qué no les da lo que por derecho fundamental les corresponde como una garantía: educación, salud, vivienda, alimentos, trabajo, cultura, esparcimientos, etcétera.
Tenemos un “otro” que se convierte en el enemigo, donde encaja a la perfección el esfuerzo de un Estado que nos convence de que son unos “nacos pleitistas, indios maestros de los estados (sic)”, y ahí tenemos el argumento con el cual en el Distrito Federal el gobierno proclamó su justificación para sacar a los maestros del Monumento a la Revolución: “Afean la ciudad”.
Y el otro, después de degradarlo, discriminarlo, se convierte en el enemigo al que desprovisto de su capacidad de ser “igual a nosotros”, puede ser sujeto de todo tipo de actos que el Estado represor justifica, con el aval de una sociedad clasista y discriminadora. Algún día seremos desprovistos de Derechos Humanos (DH) por algún argumento.
Las buenas conciencias se lavan en maestrías y materias al por mayor de DH, pero poca gente se dedica a defenderlos realmente, mucha gente hablando y escribiendo desde la “teoría” de los DH, la pobreza, el indigenismo y la diversidad, pero cuánta gente sale a la calle a defenderle sus derechos a esas personas, cuántos dan de su tiempo para representarles y litigar a favor de todas las personas que sufren discriminación y violación a sus derechos.
Universidades de paga llenas de estudiantes y egresados de escuelas que incluyen en su matrícula los “Derechos Humanos” en uno de los países en los que más se violan.
Personas que a la menor provocación expresan “pinche negro”, “pinche indio”, “gorda fea” y más expresiones como ésas que brotan con una facilidad que evidencia que realmente a pesar de correr ríos de tinta digital, de muchísimas personas con cuentas de Twitter o Facebook compartiendo los temas de moda como son los DH, la realidad aún dista de ser un tema que asimilemos.
¿Cómo sabemos la diferencia entre la pose del “derechohumanista” de papel, a un defensor o defensora en la práctica? La respuesta es muy sencilla: hay lugares en los que la defensa práctica está en manos de activistas a falta de abogadas y abogados defensores; personas comunes cuyas vidas fueron marcada en algún momento por la discriminación o la violencia que las llevó a identificarse con las personas que son discriminadas, porque asumen el acompañamiento y seguimiento de estos casos y encaran la necesidad de cambiar la realidad de nuestro país.
*Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche.
Discriminación: el lugar común de un país mestizo
16
de Enero
de
2014
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