La desigualdad estructural se define como la reproducción sistemática de relaciones asimétricas por parte del Estado con la finalidad de mantener la hegemonía de grupos de poder, excluye otras visiones y no responde a la realidad plural.
En términos simples podríamos decir que es el uso del poder del Estado para garantizar la continuidad de estructuras que representan la explotación o marginación de unas o unos a favor de unas minorías (poderosas) que representan al sistema mismo.
Y el sistema patriarcal no tiene interés en generar cambios en tanto le garanticen ventajas o una larga vida.
Es imposible no ligar y procurar entender esa relación para ver que en medio de las desigualdades estructurales, las mujeres (niñas, adolescentes, adultas y de la tercera edad) están en el último eslabón.
La complejidad de los sistemas de control del Estado se simplifica en las formas de perpetuación del sistema mismo a través de la educación, los bienes de producción, la propiedad privada y de la tierra, y por supuesto el uso de los recursos naturales, pero esencialmente en la división del trabajo, en la que el papel de las mujeres ilustra el argumento expuesto de ser “el último eslabón”.
Las últimas y las que menos acceso tienen dentro del modelo económico actual, pero también sin muchas posibilidades en cualquier otro modelo que no sea el feminista.
Y una cosa conduce a la otra; hasta hoy y a pesar de los protocolos, convenios, tratados internacionales y demás leyes o encuentros internacionales que se hayan hecho, la realidad es que las cifras aún no cambian aunque estemos trabajando muchas mujeres y hombres en transformar esa desigualdad que agudiza la pobreza global.
Las mujeres siguen como la población en la que se concentran los altos indicadores de analfabetismo; la pobreza sigue teniendo rostro de mujer, y la migración agudiza sus problemáticas en el género femenino.
No sólo es no poseer la educación, sino las estructuras “invisibles” garantes y vigilantes del sistema de control y opresión, no sólo el “techo de cristal” entendido como un concepto que justifica o trata de explicar que son las propias mujeres las que se ponen obstáculos prefiriendo el cumplimiento de sus actividades relacionadas con la maternidad, ser esposa o los cuidados de familiares, y que en mi opinión no es sino un argumento usado por el mismo patriarcado para dejar a las mujeres la responsabilidad de su no integración a los espacios laborales.
No, la estructura invisible de la que hablamos tiene cuerpo y está saludable, muy parecida a la violencia estructural, la desigualdad estructural constituye no sólo una forma de comprender las condiciones actuales de mujeres y hombres en condición de desigualdad por múltiples causas, sino que nos otorga la posibilidad de comprender y estudiar el por qué si una mujer ya realizó sus estudios, está dedicada al campo laboral y es altamente competitiva al final encontrará los mismos obstáculos que una que no lo está para insertarse de lleno en igualdad de posibilidades a todas las personas.
Los modelos de educación formal e informal aún contribuyen a la división sexual del trabajo, pero son las estructuras sociales las que hacen posible su perduración, no se trata sólo de letreros o políticas de hospitales que demandan que sean mujeres las que permanezcan al cuidado de sus enfermos, son también los riesgos de violencia sexual en los espacios públicos inseguros, sino se trata también de las habilidades acumuladas, las oportunidades de incorporación al campo laboral, las horas que en el hogar se dedican al cuidado de las y los hijos, y por supuesto a las actividades del hogar en las que la participación de los varones sigue estando casi invisible.
De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), México es uno de los dos países donde la mayoría de las mujeres de 25 a 49 años de edad no sólo realiza actividades productivas, sino que se encarga también de las tareas domésticas no remuneradas, además de dedicar más horas al cuidado de hijas e hijos, así como de familiares.
Entre los países con tasas más bajas en actividad económica femenina están Chile, Costa Rica, México y Honduras, pero también repiten estos mismos países con las tasas más bajas de participación femenina en la fuerza de trabajo.
Sobra decir que eso se traduce en pocas posibilidades de jubilación, pobreza y marginación al superar los 60 años de edad, pero también las mujeres dedican sus dineros obtenidos en actividades informales poco remuneradas a la adquisición de bienes de consumo y no propiedades como casas, terrenos o autos. Al final las mujeres (nosotras) seguimos en el último escalón.
*Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche.
Desigualdad estructural y trabajo de las mujeres
10
de Septiembre
de
2014
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