“El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos”
Simone de Beauvoir
El feminismo ha emigrado. De un tiempo para acá se volvió para las mujeres una forma de presentarnos al mundo, pero también una forma de aprender a desaprender y eso sólo lo logramos cuando hablamos, nos escuchamos, cuando estamos dispuestas a emigrar de un estado, una idea o una creencia a otra.
También cuando aceptamos que el proceso de formación-desaprendizaje apenas incorpora el que podría ser el principio más sólido del feminismo: tiene y debe aprender a mirarse –como las feministas– con ojos críticos que se construyen desde el interior hacia el exterior, y por supuesto se asume como un discurso político.
En este proceso los conversatorios, espacios de diálogo, las tertulias o asambleas feministas, representan los espacios más reveladores cuando nos permiten llegar a reflexiones, cuando permitimos que las preguntas alcancen la importancia de llevarnos a la reflexión, a la duda para entonces empezar a deconstruir el lenguaje, los conocimientos, los constructos culturales y empezar a desaprender el sistema patriarcal en el que vivimos, y que constriñe y determina gran parte de nuestras ideas, pero también nuestra manera de aprender.
De ahí que los conversatorios como espacios horizontales para derrumbar los conceptos aprendidos dentro de modelos occidentales, y al mismo tiempo influidos e imbuidos de prejuicios acerca de la negación-nulificación del ser femenino, sean precisamente una afirmación de que estamos, hablamos, nos construimos un lenguaje y empezamos a utilizarlo en lo cotidiano.
Los “femigrantes”, conversatorios feministas en todo el país rumbo al Encuentro Nacional Feminista, apuestan a confluir a las voces de mujeres que con y sin argumentos académicos, con y reflexiones comunitarias, desde el saber que todas las mujeres tenemos, representan sin duda un camino hacia este proceso en el que aprender a escucharnos a nosotras da el paso adelante en ese proceso despatriarcalizador desde el lenguaje.
Mucho se cuestionó bajo el argumento del lenguaje, por “puristas” –casi todos hombres– que se oponen al uso del lenguaje denominado incluyente, incluso en algunas discusiones las propias feministas hemos centrado discusiones respecto a la inclusión del femenino en algunas palabras, pero lo cierto es que el tema de la reflexión-construcción a partir del proceso lenguaje-pensamiento-realidad no se refiere ni se queda en la parte de la inclusión del femenino en el hablar.
Cuando hablamos con conceptos, estructuras, construimos y contribuimos al discurso patriarcal imperante, lo hacemos aunque sean mujeres hablando de mujeres, aunque se le ponga la “a” a todas las palabras.
El verdadero sentido es más complejo y lo vamos allanando cada vez que nos sentamos a dialogar y a escucharnos entre mujeres, cuando contribuimos al pensamiento crítico y al análisis de nuestras realidades bajo ópticas deconstructivistas es cierto, pero también aprehendiendo de la realidad social.
Es decir, dialogar nos pone en posibilidad –cuando lo hacemos sin aferrarnos a los conceptos aprendidos desde la academia o la teoría– de desmenuzar nuestras realidades y aprender a armarnos con nuevas piezas, algunas de las conocidas o empezar a construirlos desde lo que está ocurriendo en la vida diaria, aceptar que no es en el concepto abstracto donde se construye cambio social sino en el día a día del movimiento y el activismo social de las mujeres como se concreta, y el feminismo deja de ser un libro o una corriente de élite intelectual.
Las hegemonías del conocimiento y reconocer a los movimientos sociales como discursos de cambio, de conocimiento desde el saber que en la reflexión podemos construir las mujeres y empezar a transitar hacia ese espacio donde nos sentemos a hablar sin las caretas, las máscaras o armaduras que han sido acuñadas con el hierro del patriarcado incrustadas en la cara, en el pensamiento, en nuestra forma de mirar a las otras, pero también de mirarnos a nosotras mismas.
Los conversatorios feministas “femigrantes” replicados en varios estados constituyen una aproximación a estas búsquedas, y representan por supuesto el esfuerzo que no siempre garantiza el resultado, pero emprender el camino es ya un desandar los que transitamos cómodamente desde las certezas.
A fin de cuentas algunas veces nos pillamos siendo opresoras de otras mujeres en nuestras visiones del “deber ser” feminista.