No sé si alguna vez han pensado qué significa ser una persona defensora de Derechos Humanos en un país como México, donde digamos, fuera del círculo de Derechos Humanos o de género, pocas veces se reflexiona sobre las dimensiones de la defensa y de las personas que la hacen.
Digamos que este activismo, ha enfrentado en diferentes momentos campañas de desprestigio, acusando a las personas que buscan la protección de la dignidad humana, de defensores de criminales.
Campañas que han venido de grupos particulares con intereses poco claros lo cual hacía mucho más sospechosa su difamación.
Estas acciones provocaron una distorsión en la concepción de la población sobre lo que es la defensa de Derechos Humanos, haciendo una división maniquea de los mismos, al generar una falsa creencia que sólo las buenas personas, eran sujetas de Derechos.
En esta lógica, quienes defendieron en los años noventa principalmente un debido proceso y sancionaron la tortura para arrancar confesiones y la construcción de culpables, fueron calificadas como defensores de delincuentes.
Sin embargo, hoy estamos frente a campañas de denostación desde las esferas de poder, buscando minar con ello la credibilidad de las personas defensoras y sus causas, haciéndolas aparecer como innecesarias y enemigas del gobierno, enfatizando que aquellas que persisten en ser defensoras lo hacen motivadas por la ambición y en busca del prestigio personal.
La gravedad de estas descalificaciones es que al generalizar caen en la estigmatización, y que su discurso polariza y siembra el odio contra quien se reconozca persona defensora de Derechos Humanos.
Estas campañas promovidas por funcionarios públicos de los más altos niveles de gobierno, tienen un impacto en la vida concreta de las personas defensoras. Por ejemplo, las campañas de odio que inician en las redes sociales, se anclan en la vida de las y los defensores, generando miedo por su integridad y la de sus familias al vivir enfrentamientos en las calles con ciudadanos que les increpan usando los mismos argumentos de los gobernantes e incluso amenazándoles tras haber sido señalados como enemigos del cambio.
El impacto mayor de estas campañas está precisamente en que cobra vidas pues nuestro país ocupa el cuarto lugar en el mundo de mayor número de asesinatos contra personas defensoras, de acuerdo con las organizaciones Front Line Defender y Wola, dos instituciones con un alto prestigio a nivel internacional, e incluso ha llamado la atención de la Relatora de Personas Defensoras de Derechos Humanos ante el incremento de la violencia contra ellas y ellos en nuestro país, conminando al gobierno a tomar acciones para proteger su labor por el beneficio que trae a la democracia y al bien vivir de las personas.
Podríamos preguntarnos, quiénes son las personas defensoras de Derechos Humanos y por qué, pese a las campañas de desprestigio y poner en riesgo sus vidas y las de sus familiares, siguen ahí. Ellas son personas convencidas en que vale la pena aportar a la sociedad un granito de arena que permita a todas y todos vivir mejor, vivir dignamente y en libertad.
Así resumiría lo dicho el miércoles pasado por las y los defensores que participaron en el conversatorio “Conocerles es Reconocerles”, que dio el banderazo de salida a la campaña con el mismo nombre y en la cual participan tanto periodistas como personas defensoras de los más diversos derechos humanos, que comparten la convicción de construir un mejor mundo.
Poder acercar a la población a estas defensoras y defensores, a su vida y a sus causas es el objetivo de esta campaña que está cobijada por varias organizaciones, para que se corra el velo del estigma que sobre las personas defensoras recae y que genera que cada mes dos defensoras o defensores sean asesinados en nuestro país por buscar el bien común.
Les invito a seguir la campaña #ConocerlesEsReconocerles para acercarnos a estas mujeres y hombres que cada día ponen lo mejor de si por la vida y la libertad de todas y todos.