Hace una semana estuve dando una charla a adolescentes de entre 14 y 16 años de edad sobre los micromachismos como una forma de entrada a las violencias machistas.
Fueron dos horas muy intensas. Mucho. Los chicos adolescentes y algunas chicas también se sintieron atacados. Y eso que comencé mi intervención diciendo claramente que lo que íbamos a tratar no iba con ellos ni por ellos. Pero ni aún así, no hubo manera.
Durante mi exposición ya comenzaron los comentarios fuera de tono, los intentos de intervención, etcétera. Pero fue en el turno de preguntas cuando surgió el aluvión de críticas, cuestionando incluso con malas formas, algunas de las frases que contenía el material presentado. Tuve que repetir incesantemente a lo largo de todo ese tiempo que, cuando formularan su pregunta o duda, buscaran sumar para seguir aprendiendo en comunidad, pero no pudo ser.
Durante la comida con las amigas que habían organizado el encuentro comentamos lo ocurrido y todas coincidimos en lo duro que resulta ver cómo, después de casi 20 años de la aprobación de la Ley Orgánica 1/2004 sobre medidas de protección contra la violencia de género que, entre otras medidas, contempla la sensibilización en todos sus aspectos y niveles, nuestra adolescencia siga con un discurso tan negacionista.
Obviamente las feministas no vamos a cejar en nuestra tarea transmisora de los valores necesariamente igualitarios en nuestra sociedad. Y, obviamente también, la gente adolescente que acudió a la charla, y pese a todas sus resistencias, estoy completamente convencida que alguna cosa retendrá en su memoria incluso en el futuro. Sencillamente porque expuse bastantes ejemplos de situaciones en donde se dan micromachismos de forma cotidiana que pueden acabar derivando en cualquier tipo de violencia machista que vivimos de forma habitual las mujeres. Y sobre todo las chicas recordarán alguna cosa en un futuro próximo.
Es preocupante cómo el discurso populista que conlleva el negacionismo de las violencias machistas cala y, sin embargo, el feminista y, por tanto, de prevención de esas violencias, resulta bastante impermeable.
Sin embargo, tiene su explicación lógica. El patriarcado es fácil de entender dada su larga trayectoria y, por tanto, su continuismo está aceptado desde las posiciones biologicistas y de naturalidad de las cosas sobre los que se han construido los cimientos culturales del patriarcado social y colectivo.
Por el contrario, la teoría feminista cuestiona esos fundamentos basados en la diferencia biológica para construir sociedades injustas y basadas en los privilegios masculinos sobre las sumisiones de las mujeres. O, dicho de otro modo, el feminismo es atentatorio contra el orden patriarcal establecido que resulta absolutamente injusto para las mujeres y las niñas. Y eso cuesta aceptar.
Y cuesta de aceptar porque implícitamente lleva aparejado el reconocimiento de los privilegios que han disfrutado la mitad de la población, o sea, los hombres, con base en la sumisión, incluso por la fuerza de la otra mitad de la población que somos las mujeres. Y reconocer esos privilegios, en justicia debería conllevar la renuncia a los mismos por parte de quienes los gozan para construir una sociedad más equitativa y justa. Y eso es bastante difícil de digerir por parte de quienes tienen asumido el discurso negacionista y lo expanden.
Estos días fue el alumnado adolescente de un instituto que, en plena adolescencia, niega privilegios y habla de ataques a los hombres. Eso, en cierto modo, forma parte de la propia adolescencia en plena ebullición, que todo lo cuestiona y que, en su propia construcción, puede afirmar una cosa y la contraria sin demasiados problemas. Es, quizás, demasiado pronto para exigirles coherencia en sus discursos.
Pero el problema son las personas adultas que se empeñan en negar las violencias machistas y que, desde las instituciones tienen el mismo discurso del alumnado del instituto. No creen en ella. La niegan, mientras muchas mujeres son maltratadas por haber nacido mujeres. Algunas incluso desde la infancia. Eso si que es un grave problema para las mujeres.
Pero desde el feminismo no nos vamos ni a parar, ni a callar en nuestra denuncia permanente del patriarcado asesino que busca su pervivencia a través del sufrimiento de las mujeres. Y que tampoco duda en asesinar para mantener su orden asimétrico, jerárquico y justificativo de esos asesinatos y explotaciones de las mujeres.
Porque no, no nos van a acallar por mucho que lo intenten. Nuestras voces feministas son y serán también las voces de las asesinadas y explotadas por el patriarcado. Y lo van a seguir siendo.
Porque quizás, a veces estemos cansadas, no lo niego. Pero jamás estaremos vencidas. Que tomen buena nota los negacionistas defensores del patriarcado.
Porque fueron, somos. Y porque somos, serán. Y así seguiremos. Que no lo duden.