En mi artículo anterior se presentaron algunos datos sobre un hecho difícil de abarcar pero de creciente importancia; me refiero al suicidio, especialmente entre mujeres. Si en aquella columna se resumieron algunos datos referentes a las tasas entre ellas, en esta el enfoque será en lo que las lleva a la ideación, al intento y al acto de quitarse la vida.
Dicho lo anterior, la cuestión etiológica es compleja y rebasa por mucho un espacio tan reducido como este. Más bien lo que se plantea aquí es una breve introducción a dos perspectivas que predominan en la discusión sobre el “por qué” detrás del suicidio entre mujeres.
Hoy en día la mayoría de las discusiones se centran en una combinación de razones psicológicas, por una parte, y socio-culturales, por otra, que, aunque desglosadas de manera independiente para fines heurísticos, en la realidad interactúan entre sí.
En términos psicológicos, el suicidio se asocia a complicaciones de la salud mental o bienestar mental y emocional; estas pueden variar en gravedad, el caso de la depresión, por ejemplo. De hecho, según algunas estimaciones, la depresión está asociada a un alto porcentaje – 80 por ciento – de casos, tanto de ideación suicida como de intentos y actos consumados. Dada la prevalencia de la depresión entre las mujeres, no es de sorprender que juegue un papel central en las tasas de suicidio entre ellas.
Los estados anímicos no se dan por sí solos; la depresión, la tristeza, la desesperanza, para nombrar tres, se asientan en relaciones interpersonales (con miembros de la familia, cohortes, por ejemplo) donde hay tensión o conflicto, incluso violencia. De hecho, varios estudios subrayan la constante agresión a que son sujetas las mujeres con potencial-suicida a lo largo de sus vidas. Se podría decir que sus vidas se caracterizan por distintos tipos de violencia, tanto física como emocional. La agresión puede consistir tanto en golpes y agarrones como en insultos verbales y gestos de desprecio. Esa fue la conclusión de un estudio sobre mujeres estudiantes en México; las que tenían un potencial-suicida alto experimentaban violencia de manera constante al interior del hogar.
A la vez, como han señalado varios, no se pueden separar los determinantes psicológicos de los socio-culturales, algo que se planteó de manera explícita en uno de los textos clásicos sobre el fenómeno, “El Suicidio”, de Emile Durkheim.
En términos muy resumidos, la perspectiva socio-cultural argumenta que si a primera vista un suicidio parece ser el resultado de problemas psicológicos individuales, indagando más a fondo es probable que sus raíces se encuentren también en la historia social del individual, lo que apunta a la necesidad de integrar el entorno socio-cultural más amplio para entender el “por qué”.
Desde este punto de vista, un suicidio refleja una empobrecida relación con la sociedad en general, una existencia humana de pocos o frágiles lazos sociales. Por igual, puede que la relación con el entorno social se caracterice por la indiferencia o la hostilidad; por ejemplo, en sociedades donde los hombres y las mujeres ocupan espacios distintos y diferenciados, esto es, sociedades con roles de genero estrictamente definidos, la violencia contra las mujeres es más frecuente y, como resultado, también lo es el suicidio entre ellas. De lo contrario, mientras mayor igualdad entre mujeres y hombres, existe una menor incidencia de la ideación y de intentos y actos consumados de suicidio entre mujeres.
* Doctora en Antropología Cultural por la Universidad de California, Berkeley. Es profesora e investigadora en el Departamento de Estudios Culturales de El Colegio de la Frontera Norte. Sus líneas de investigación se centran en la migración en las fronteras norte y sur de México, con énfasis en el riesgo y la vulnerabilidad asociados a la migración.
Por qué quitarse la vida
01
de Septiembre
de
2021
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