Me llega un mensaje por correo electrónico con el título “¿Cómo curar las mejillas caídas?”, y lo primero que se me ocurre preguntar es “¡¿desde cuándo envejecer es una enfermedad?!”.
En ese caso, claro, las mujeres de mi edad (54, para quienes tengan curiosidad) sin una sola cirugía plástica ¡estamos enfermísimas! Tenemos los senos caídos, los glúteos caídos, las mejillas caídas, los párpados caídos. Y, desde luego, más de una tiene también el ánimo caído.
Entonces, va siendo hora de poner algunos puntos sobre las íes.
Bajo el rubro de “belleza”, casi toda la publicidad está diseñada para que las mujeres nunca de los nuncas nos sintamos bien con nosotras mismas.
Se ha delineado un estándar al que sólo se puede llegar cincelada (basta ver el auge de la cirugía plástica), moldeada (basta ver el auge de los gimnasios) y con ingestas mínimas (basta ver el auge de los productos farmacéuticos).
Y no importa lo que cada mujer haga o, más propiamente, se haga, de todas maneras nunca será suficiente. Porque de eso se trata.
Oigo a mujeres muy jóvenes hablar de su segunda o tercera cirugía, porque sus senos eran demasiado chicos o demasiado grandes. Porque su brazo, nariz, barbilla, abdomen o lo que sea era demasiado lo que sea.
Oigo a mujeres muy jóvenes hablar de fajas que les impiden comer y respirar profundo (como los corsés del siglo XVII). Veo a mujeres muy jóvenes llegando al límite en los gimnasios para bajar una, dos, tres tallas, ¡y ya están flaquísimas!
Oigo a mujeres de mi edad o más jóvenes o más grandes hablar de la primera, segunda o quinta cirugía, y planear la próxima.
Veo a mujeres de mi edad o mayores, lucir como si tuvieran 10 o 20 años menos, y, de todas maneras sienten que no es suficiente.
Veo a mujeres insistir en parecerse a las que eran a los 20 años, hasta que logran no parecer sino una caricatura de sí mismas.
Veo, en fin, una espiral perversa que manda mensajes a las niñas para que parezcan jóvenes, a las jóvenes para que parezcan adultas, a las adultas para que parezcan jóvenes, y a las adultas mayores para que desaparezcan o, al menos, no parezcan lo que parecen.
No, no me gustan mis párpados caídos, ni cómo se han caído otras partes de mi cuerpo. Y, honestamente, no recuerdo ni a mi madre ni a mi abuela haberse quejado por ello; así que deduzco que el hecho de que no me guste tiene que ver con el bombardeo mediático.
Y es preciso reflexionar en ello, porque de otro modo no hay escapatoria, dado que el mensaje permanente es: “nunca estás bien como estás”.
Hay, mirémoslo bien, enormes intereses económicos detrás de hacernos sentir constantemente inadecuadas, imperfectas, insuficientes.
¿Qué pasaría si las mujeres se sintieran bien en sus cuerpos? ¿Qué pasaría si, tengan el cuerpo que tengan, se sintieran perfectas?
¿Qué pasaría si las mujeres se sintieran bien con su edad? ¿Qué pasaría si, tengan la edad que tengan, se sintieran perfectas?
De entrada se me ocurre que muchos negocios estarían en quiebra. Y muchas farmacéuticas estarían en problemas.
Apreciarnos y querernos como somos es un reto de enormes proporciones. Así que si me van a levantar algo, que sea el ánimo y que sea con una conversación llena de buen humor.
Apreciaría sus comentarios: [email protected].