Entre los argumentos más sonoros que defienden la prostitución –considerándola erróneamente un “trabajo”– está el que señala que cada mujer es libre de hacer con su cuerpo lo que considere mejor y que, si se trata de una decisión personal, ésta debe respetarse.
Como sabemos, el asunto no es tan simple como parece.
El pasado 11 de enero celebramos el Día de la Concientización sobre la Trata de Personas, a través de la campaña que en redes sociales encabezó la Coalition Against Trafficking Women (CATW), haciendo hincapié en la consigna: “A choice is only a choice if you actually have choices” (“Una opción es sólo opción si tú realmente tienes opciones”).
Así, sólo en el marco del respeto a los Derechos Humanos, especialmente de las mujeres y las niñas, es posible comprender la importancia de no haber contado con opciones para quienes finalmente se encuentran en situación de prostitución.
Para quienes hemos trabajado en el tema de las formas contemporáneas de esclavitud, particularmente en lo que respecta a la trata de mujeres, niñas, niños y adolescentes y su explotación sexual, resulta muy claro el hecho de que la abrumadora mayoría de víctimas no cuenta con un abanico de opciones que les haya permitido decidir en libertad.
Los servicios sexuales que ofrecen mujeres y niñas son el resultado de un terrible engranaje económico y socio-cultural que concluye con un comprador. El funcionamiento de esta maquinaria –eficaz y sumamente lucrativo– es posible gracias a un entorno hostil donde prevalecen la pobreza y la desigualdad de género.
Este lunes 18 de enero, Oxfam dio a conocer el informe titulado “Una economía al servicio del 1 por ciento”, que retoma el anuncio hecho hace unos días por Credit Suisse acerca de que el 1 por ciento más rico de la población mundial acumula más riqueza que el 99 por ciento restante.
Al respecto, Oxfam señala: “La creciente desigualdad económica también agrava la desigualdad entre hombres y mujeres. El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha revelado recientemente que los países con una mayor desigualdad de ingresos suelen tener también mayores diferencias entre hombres y mujeres en términos de acceso a servicios de salud, educación, participación en el mercado laboral y representación en las instituciones, por ejemplo en los parlamentos.
“También se ha demostrado que la brecha salarial entre hombres y mujeres es mayor en sociedades más desiguales. De las 62 personas más ricas del mundo, 53 son hombres…”.
Y aunque el informe da cuenta del recrudecimiento de la desigualdad, lo cierto es que ya no es nuevo saber que son las mujeres y las niñas quienes padecen las consecuencias más graves.
No contando, pues, con un entorno que les permita el acceso a un piso mínimo de derechos, las mujeres deben resolver su vida y la de sus hijas e hijos en dramáticas condiciones de desventaja, y es en este panorama donde las opciones se reducen, o simplemente desaparecen.
A lo anterior debemos añadir que, de acuerdo con las pocas fuentes que aportan cifras al respecto (y habida cuenta de que México no dispone de estadísticas oficiales), cada año más de 100 mil mujeres provenientes de países de América Latina y el Caribe son llevadas a diversas naciones del mundo con engaños y falsas promesas de empleo.
Tan sólo en Estados Unidos, entre 15 mil y 18 mil mujeres son traficadas anualmente, según el Informe Anual del Departamento de Estado.
Se trata, justamente, de aquellas que no tuvieron más remedio que creer en alguien que les ofrecía mejorar sus condiciones de vida y terminaron como carne de cañón para el beneficio de las redes de trata que hoy conforman el segundo negocio más redituable del mundo, sólo después del tráfico de drogas.
¿De cuáles opciones disponen las mujeres? ¿Cómo es posible afirmar que la prostitución es un trabajo o una decisión libre si previamente se encuentran cerradas todas las puertas? ¿No será que la “libre elección” es la respuesta fácil para lavarnos las manos y evadir un problema de dimensiones mayúsculas?
Las imágenes de mujeres, niñas y adolescentes desaparecidas que todos los días circulan a través de las redes sociales deben recordarnos el hambre de dinero de las redes de trata de personas que se encuentran al servicio de los que pagan por sexo.
Esas personas desaparecidas no tuvieron opciones, sólo un ambiente de pobreza, desigualdad, falta de información y violencia. Y esas no son opciones, ni libre elección.