Sí, de nuevo tres asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas nos han golpeado estos días.
El cinco de julio en Madrid era asesinada de forma brutal M.J.A.A. de 37 años. Su asesino tenía una orden de alejamiento en vigor.
El 6 de julio María Fuente de 84 años fue degollada por su marido en La Felguera (Asturias). El asesino después se suicidó.
El 7 de julio Cristina M, de 24 años fue apuñalada por su asesino a quien había denunciado y de quien estaba en proceso de ruptura. Deja dos huérfanas de dos y tres años. El asesino tenía orden de alejamiento.
Así se las juega el feroz patriarcado. Asesinándonos y ultrajándonos a las mujeres y a las niñas por haber nacido mujeres.
Y mientras la justicia, patriarcalizada por siglos de influencia judeocristina sigue a su ritmo y revictimizando a las víctimas supervivientes con estridentes preguntas y/o sentencias benevolentes con los asesinos y maltratadores.
El dolor es acumulativo. Lo sé por experiencia propia. Y también sé que por mucha sonrisa que se pueda exhibir en actos o eventos o simplemente en el trabajo, el dolor sigue corroyendo por dentro con cada agresión y con cada asesinato. Pero también con cada comentario que justifica las violencias de todo tipo. O con cada discurso de los de faldas largas y negras cada vez que se inmiscuyen en nuestras vidas. O con cada sentencia indulgente y, por tanto, justificativa de los malos tratos y vejaciones que sufrimos las mujeres por parte de sus señorías frufrús.
Todos estos personajes, junto con los inmorales que nos han gobernado los últimos 6 años y que han recortado todo lo que podían y un poco más dejándonos todavía más indefensas, buscan que la culpa y el miedo se vuelvan a asentar en nuestros corazones y, de ese modo tenernos sumisas.
La culpa por vivir nuestra vida según nuestros propios códigos personales, por llevar la ropa que nos guste, por vivir como queremos y sin temerles. No lo soportan y por eso a la mínima ocasión reaccionan furibundamente con nosotras haciendo pagar a las víctimas de agresiones lo que ellos viven como un desafío a sus privilegios. Los de todos ellos.
El miedo, cuestionando nuestras voces e imponiendo las de los asesinos y agresores con sentencias y actitudes que en demasiadas ocasiones rozan el menosprecio incluso a nuestras vidas. Si se consigue imponer el miedo, la sumisión a sus dictados está garantizada.
Y lo hacen poco a poco, lentamente para que de ese modo tanto el miedo como la culpa y, por tanto el respeto al sistema sea naturalizado y nuestros discursos feministas sean ridiculizados, incluso por voces femeninas en las que ellos se apoyan.
Son necesarias muchas voces para que se enteren que no nos van a atemorizar ni a sentir culpables por desenmascarar un sistema injusto, insidioso y que llega a justificar o tolerar los asesinatos de niñas y mujeres. Y esas voces van despertándose. Y vamos sumando más cada día. Pero cuando nos asesinan a tres de nosotras en menos de 48 horas la rabia, la impotencia y la tristeza aparecen e involuntariamente aparece un duelo íntimo difícil de soportar.
Cuando has visto el dolor de las víctimas. Cuando te han hablado de la falta de formación de sus señorías los frufrús y sus actos culpabilizándote de tu propio calvario. Cuando te cuentan que, estando embarazada las tiraron al suelo y las patearon y que creyó morir en ese momento. Cuando la violencia psicológica que se ejerce con los hijos va más allá de las órdenes de alejamiento y de las medidas impuestas por sus señorías.
Cuando ves el terror en la cara de la víctima aunque hayan pasado años de su separación. Terror en la mirada de una mujer valiente y entera que se viene abajo solo ante la presencia de su agresor, incluso estando arropada por gente que la queremos mucho y la apoyamos sin condiciones. Cuando te cuentan cómo están utilizando a las hijas e hijos para seguir dañándolos, sin importar el dolor ni las huellas que esos hechos puedan causar en ellos.
Cuando ves que mujeres bajan la mirada cuando se habla del tema e incluso salen de la estancia porque no lo pueden soportar y se refugian en el baño para poder llorar. Cuando has vivido estas situaciones, comprendes la magnitud del problema y te rebelas contra el régimen opresor.
Son días de duelo y rabia. De revisión de lo vivido. De auto exigencia. De fuerte carga emocional para revisar y reforzar militancias y activismos. Son días de autocrítica y de valoración del discurso propio y ajeno. Son días en los que me planteo si cada persona estamos haciendo lo posible para evitar tanto sufrimiento y tanto dolor. Si podemos cambiar las cosas desde nuestras posiciones personales.
Hoy escupo el dolor y la rabia en forma de reflexión hecha desde el duelo profundo por estos tres asesinatos machistas. Pero es lo que siento.
Es cierto que cada día somos más personas las que denunciamos esta barbarie de terrorismo machista. Pero mientras los poderes de los de faldas largas y negras y de los frufrús sigan siendo los que son y sigan justificando estos hechos seguirán siendo asesinadas mujeres que solo serán cifras oficiales u oficiosas.
Y perderemos de vista el dolor y el sufrimiento de tantas muertas en vida a quienesasesinan y amortajan cada día un poco más sus propios agresores y/o quienes les justifican.
Y sí, creo que todas las personas podemos hacer alguna cosa para cambiar este orden asesino de las cosas.
No tengo soluciones mágicas para cambiar las cosas, pero sí la firme voluntad de no callarme y de seguir trabajando para desmontar las justificaciones de las violencias machistas y para mitigar el dolor de las víctimas, sean estas conocidas o desconocidas.
Aunque sea desde el duelo y el dolor profundo, ni puedo ni quiero callarme.
* Corresponsal, España. Comunicadora de Ontinyent
(Teresa Mollá Castells)
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