¡Por fin ganamos! Seguramente eso estaría diciendo nuestra querida Esperanza Brito de Martí, tras la votación unánime de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), para declarar inconstitucional la penalización de las mujeres por abortar.
Para quien no la conozca, les diré que Esperanza Brito es una pionera en el periodismo de opinión y el periodismo feminista en nuestro país, y una luchadora por la despenalización del aborto.
Esperanza lo diría así, en plural, porque este triunfo tiene un largo camino de las mujeres en nuestra historia mexicana.
Que la maternidad sea voluntaria ha sido una insistencia sistemática desde la década de los 70, cuando las feministas sacaron la discusión a luz pública pese a todo: amenazas, linchamientos mediáticos, estigmatizaciones y condenas al infierno.
Ellas se atrevieron a presentar en 1977, la primera propuesta de ley sobre la Maternidad Voluntaria, encabezadas por Esperanza Brito de Martí. Entregaron esta iniciativa al diputado Gilberto Rincón Gallardo, de la izquierda mexicana de aquella época, iniciativa que nunca llegó a ser discutida.
Y hoy lograron ser escuchadas, todo su razonamiento, estudios, análisis, fueron parte del razonamiento del cual abrevaron las y los ministros de la SCJN.
Esta es una decisión histórica no sólo por la unanimidad de la resolución para dejar de criminalizar a quien decide interrumpir un embarazo, sino porque reconoce la individualidad de las mujeres y su humanidad, separada de su capacidad reproductiva, al aceptar que elegir ser o no madres es un derecho de las humanas.
Otro punto fundamental que coloca la resolución de la Corte es sobre el deber del Estado y su gobierno en materia de los Derechos Humanos y su protección, lo cual no está sujeto a consultas populares. La Corte recuerda que la protección de los Derechos Humanos es una obligación del Estado y su gobierno plasmado en la Constitución, gracias a la reforma de 2011.
La resolución marca un hito en la historia de las mexicanas porque coloca en el centro el derecho de las mujeres a la autonomía y la libertad personal.
No es el aborto en sí mismo lo que está en el centro de la sentencia, sino el derecho de las mujeres a elegir si quieren o no ser madres, y ese es un cambio histórico de paradigma en la vida de las mujeres.
Para la generación de mi madre, mi abuela, la madre de mi abuela, no cabía la posibilidad siquiera de la duda, tendrían que ser madres sí o sí, y eso determinaba su vida y su valía. Sobre este paradigma es la votación de la Suprema Corte, que, desde mi punto de vista, marca un hito en la historia de nuestro país pues la sentencia reconoce que las mujeres somos personas humanas autónomas y libres para decidir si somos o no madres y que si determinamos no serlo no se nos criminalice.
El parteaguas de la sentencia radica en fortalecer que el proyecto de vida de las mujeres deja de estar atado a la maternidad, para centrarse en nosotras mismas, desde nuestra individualidad y no de nuestra capacidad reproductiva.
Esta resolución tendrá sus mejores efectos en las mujeres jóvenes y niñas, para quienes la maternidad dejó de ser un horizonte en sus vidas.
Pero también es un mensaje potente a la sociedad sobre nuestro lugar en el mundo, donde tenemos derecho a estar por nosotras mismas, por ser parte de la humanidad, como siempre debió haber sido.
La sentencia es también un reconocimiento de la injusticia social que provoca mantener criminalizado el derecho a decidir de las mujeres, porque son las más pobres quienes suelen morir por ser quienes más riesgos corren al abortar en situaciones peligrosas orilladas por la criminalización.
Porque tal cual lo señala la sentencia, mantener la criminalización perpetúa la “discriminación por el hecho de ser mujeres” y porque mantener penalizado el aborto, “violenta los derechos de autonomía y libertad reproductiva de las mujeres”.
Si todas estas feministas históricas estuvieran vivas hoy, seguramente dirían junto a nosotras ¡Ganamos!