Por Silvia Núñez Esquer*
Algo muy grave está pasando en Sonora, y en Hermosillo en particular. Prisilla Carolina Hernández Guerra era una joven de 22 años que ingresaría a la Universidad en agosto a estudiar Comunicación.
Previo a sus estudios universitarios decidió trasladarse a Estados Unidos para mejorar su conocimiento del idioma inglés. Para cumplir ese objetivo viajó a Dallas, Texas, para trabajar como niñera por un año, mientras estudiaba el idioma. Ahí residía con la familia contratante cuidando a sus hijos.
En su estancia en esa ciudad norteamericana conoció por internet a quien después se convertiría en su novio Singh Siddharth. El joven de origen indio, residente en EU, cayó en terreno fértil pues Prisilla se enamoró y no dudó en convertirse en su pareja.
En plenitud de la vida, Prisilla Carolina era muy bella, simpática, amigable, trabajadora y servicial. Así la describe su padre Jorge Hernández, quien abatido por la pérdida, narra cómo el pasado viernes 19 de julio se percató con asombro que el juez cuarto de lo penal en primera instancia, Mario Alberto Granados Padilla, desestimó evidencias, indicios y pruebas periciales, para reclasificar el crimen contra su hija de “homicidio calificado con brutal ferocidad”, tal como lo consignó el agente del MP del poblado Miguel Alemán, a homicidio sin ninguna calificativa, pues “no se pudo acreditar la brutal ferocidad”.
La joven encontró la muerte a manos de un individuo en el que confiaba, al que amaba, y con el que tenía serios planes para un futuro como pareja.
Por ser verano, y antes de que comenzaran las clases, ella lo invitó a conocer a su familia en Hermosillo, y al llegar a la ciudad, casi de inmediato se trasladaron a la playa más cercana, Bahía de Kino, ubicada a 100 kilómetros de la capital de Sonora, donde la aisló, la quiso obligar a tener relaciones sexuales, a lo que ella se negó, por lo que para someterla la atormentó y no le permitió hacer ninguna llamada.
Ella intentó pedir auxilio a una de sus amigas, pero el novio le colgó el teléfono y ya no le permitió hablar, ni contestar cuando su amiga le devolvió la llamada. “No vine desde tan lejos para no tener sexo”, fue una de las frases con que amenazó a Prisilla.
Originaria de Hermosillo y no de Cabo San Lucas, Baja California Sur, como han informado las autoridades, Prisilla Carolina recibió de su verdugo lesiones contuso-cortantes en diferentes partes del cuerpo, y el médico legista determinó que la causa del deceso fue asfixia por estrangulamiento, acción en la que el asesino fue sorprendido en flagrancia cuando llegaron policías municipales al lugar de los hechos, ante un llamado de emergencia del dueño del lugar en donde se hospedaban, pues había escuchado que la pareja peleaba.
“Los elementos policiacos encontraron en una de las habitaciones a Singh Siddharth en el momento en que asfixiaba a la joven, por lo que de inmediato lo sometieron. Al revisar a la víctima se percataron de que no presentaba signos vitales y de que tenía heridas contuso-cortantes en diferentes partes del cuerpo”, informaron las autoridades.
“En el lugar de los hechos, el agente del Ministerio Público del fuero común aseguró una espátula con serrucho, un abrelatas y un tenedor, objetos con los que Singh Siddharth presuntamente le provocó las lesiones que sufrió Prisilla Carolina”.
A pesar de la narración detallada y de haber sido sorprendido asfixiando a su novia, el homicida pide privilegios. “Ya soltó 500 dólares (6 mil 300 pesos mexicanos) para que le permitieran tener televisión en la celda”, denuncia Jorge Hernández, padre de la joven.
Con preocupación, el padre revela que un funcionario de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, Octavio Grijalva Vázquez, quien es también presidente del Colegio de Abogados de Sonora, es socio del Despacho Villa y Asociados, el cual defiende al asesino de su hija. Podría haber tráfico de influencias, lamenta Hernández.
El estado en que quedó el cuerpo herido, cortado, lastimado en la dignidad, con las huellas de la pelea por su vida, es una imagen que persigue a don Jorge.
Lo más grave, ni todo el cuadro de laceración por las heridas infringidas a Prisilla y las pruebas realizadas, ni toda la documentación del caso, son suficientes para que el juez penal responsable del caso determine la calificativa de “brutal ferocidad”.
Eso significa que la pena podría ser sólo de entre 8 y 15 años de prisión, y el turista feminicida podría salir libre en unos cuantos años si presenta “buena conducta” y por otros beneficios legales.
En Sonora no se ha tipificado el delito de feminicidio, por lo que este asesinato aunque cumpla con la mayoría de los supuestos de ese tipo penal federal, se juzga por homicidio, tipificado en el Código Penal de Sonora y el cual incluye las razones de género para imponer el rango máximo de penalidad, pero éstas fueron ignoradas por el juez.
Ante la posibilidad de que el feminicidio de su hija quede impune, un padre indignado y una familia deprimida buscan justicia para Priscilla. No están dispuestos a permitir que una vez más se cometa abuso de autoridad al dejar pasar el tráfico de influencias, como parece pintar en este caso.
Jorge Hernández y toda su familia han emprendido una lucha más de las tantas que existen en México por la justicia integral para las víctimas.
A menos de un mes de la pérdida, una vez más se interrumpe un duelo familiar por tener que salir a la calle y convertirse en abogados de hecho, obligados por la exigencia de justicia.
Si el caso continúa por esa vía y el asesino de Prisilla –quien no come carne de res respetando su religión, pero sí es capaz de asesinar a su novia– obtiene un castigo menor al que merece, estaremos entrando en Sonora a una nueva modalidad de turismo permitida legalmente: el turismo feminicida.
*Periodista sonorense, editora del sitio mujersonora.com, corresponsal de Cimacnoticias en Sonora, e integrante de la Red Nacional de Periodistas con Visión de Género.