Ahora que la sociedad habla de los desaparecidos, de muertos, de fosas, de crímenes de Estado. Ahora que la sociedad está “gritando”, nosotras las mujeres feministas desde la conciencia de mirar y desarmar los andamios del sistema patriarcal que nos invisibiliza, hay algo que incomoda de las mujeres que salen a reclamar justicia, las que insisten en hablar de las desaparecidas, las asesinadas, el feminicidio sin justicia, y las víctimas de la violencia institucional feminicida. Violencia del Estado.
Las mujeres gritamos, denunciamos, exigimos justicia, contamos a nuestras asesinadas, nuestras desaparecidas. Gritamos y seguiremos gritando, y nadie nos callará, y si nos callan vendrán otras y seguirán gritando... aunque la sociedad patriarcal se niegue a escuchar y pretenda borrar las voces que antecedieron los movimientos de hoy para reclamar a nuestras desaparecidas, nuestras asesinadas, que somos todas.
Hasta que las voces de todas las mujeres las escuchemos todas y todos. Porque las mujeres han gritado a través de la historia y nunca hemos dejado de hacerlo... Las feministas, las madres de las mujeres no dejaron de gritar y reclamar, manifestarse, marchar en solitario, bordar pañuelos, incluso ser asesinadas.
Aunque el resto de la sociedad se hace escuchar en sus gritos intermitentes cuando se siente víctima de injusticias. Cuando mataron a una joven obrera en Chihuahua no pasó nada. Cuando mataron a la madre de Rubí, a Marisela Escobedo, ella se sumó a los nombres de los casos de feminicidio del estado.
Gritaron otras, gritaron muchas para que fuéramos ciudadanas, para tener derechos y las mujeres víctimas de violación de militares, de policías y marinos, es violencia de Estado y se reconoce en las convenciones sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés), y la Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer (Belem do Pará), al igual que la Constitución.
Implícita en el derecho a una vida libre de violencia y en la incapacidad del Estado mexicano para proteger o garantizar la vida de las mujeres y en prevenir la violencia feminicida, en ser omiso en la violencia institucional y en la indiferencia por las que mueren por violencia obstétrica y abortos mal practicados.
Reclamamos el derecho de gritar, de nombrarlas en femenino, de ponerles nombres y rostros, de hablar de ellas como nuestras hermanas.
En las manifestaciones se suman las mujeres para reclamar a los desaparecidos, a sus hijos. Aunque en México a diario son asesinadas seis mujeres. Somos muchas y aún así no alcanzamos a hacer marchas multitudinarias desde que empezamos a contabilizar los casos de feminicidio.
En medio de las manifestaciones, las organizaciones, las estructuras de lucha social mantienen sus esquemas patriarcales, el machismo de la derecha es idéntico al de la “izquierda”, reprochan a las organizaciones feministas que insistan en visibilizar a las mujeres desaparecidas y asesinadas.
Nosotras nunca nos callamos. La historia de los movimientos sociales es una, y la de las mujeres ha ido en paralelo buscando la transformación de fondo, porque los grandes movimientos sociales no abordan la igualdad sustantiva y no reconoce la necesidad de nombrarnos.
Retomo a la feminista argentina Diana Maffía: “El feminismo incluso va a ser crítico respecto de aquellos movimientos que pretenden producir cambios en la sociedad, pero no tienen preocupación y no son sensibles a los cambios en la situación de subordinación y control de las mujeres”.
Considera “si la democracia hubiera recogido la equidad de género no habría reivindicaciones de las feministas, si hubiera recogido la equidad étnica no habría reivindicaciones culturales de los pueblos originarios”.
Si hay resistencia, si persiste la visión de las “incómodas feministas” es porque aún hace falta abordar la lucha desde el reconocimiento a las mujeres, donde cada una exprese su palabra, reconociendo en las colectividades a las mujeres y nuestras luchas como columna de la construcción de alternativas.
El camino es el diálogo de respeto entre organizaciones comprometidas en la lucha contra la lógica de dominación del capitalismo, hijo del patriarcado, con alianzas con “movimientos sociales que fortalezcan ideales emancipatorios reales, no aquellos que pretenden cambiar los lugares del sometimiento y conservan la concepción del poder como dominio”. No olvidemos a Olimpia de Gouges y a quienes la condenaron a muerte.