Tortura sexual: Castigo patriarcal a la transgresión femenina

03 de Agosto de 2017
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© César Martínez López
© César Martínez López
Si algo hace aberrante a la tortura es que quien la ejerce representa al Estado, además de que las causas, las formas de la violencia, las consecuencias, el fin con el que se comete y sus víctimas, lo son así del Estado que comete, a través de sus agentes actos/delitos vergonzosos.

En el caso de la ejercida contra las mujeres, además de la violencia por las mismas causas que los hombres, la tortura se manifiesta por razones, formas y con consecuencias relacionadas con la sexualidad, es decir tortura sexual en la que confluye la discriminación sistémica de género.

Ninguna ley admite la tortura de índole sexual hasta ahora
En el caso de la que se ejerce contra las mujeres, comentábamos la semana pasada, se dan otros factores que precisan ser visualizados para entenderlos, por un lado, pero también para que se visibilicen y se contextualicen por las motivaciones o razones de género.

Así como el ejercicio de los derechos sexuales puede ser causa de un sufrimiento intencional causado a las mujeres, embarazadas que abortan y/o que tienen una identidad genérica “disidente” con su genitalidad, así también se presenta otra forma asociada al deber ser.

La tortura sexual se convierte así en una extensión apologética a la violencia de género que permea a la sociedad, una herramienta de la misma y una forma de expresión.

La transgresión a la identidad femenina no es como se piensa una identidad genérica disidente, se orienta hacia las mujeres que “siéndolo”, es decir que socialmente se insertan en el discurso social desde la identidad genérica femenina, pero la transgreden y socavan.



"Aquellas mujeres que siguen el patrón sociocultural de ser vistas y verse a sí mismas como “mujeres” pero que desde esa misma identidad la transgreden rompiendo los “deber ser” impuestos a las mujeres a través de los roles y los estereotipos".




Uno de esos deber ser está asociado al mito de la virginidad y la pureza, las mujeres buenas se quedan en casa, las niñas bien no salen a la calle a ciertas horas, las mujeres no abandonan el espacio privado y las mujeres no pelean, no se emborrachan, no fuman, no se drogan, son vientres disponibles y por supuesto sus cuerpos están puestos al servicio del sistema, del sentido social y de los hombres de la familia que tienen la potestad sobre ellas.

Para que las mujeres se ajusten y constriñan a ese deber ser de la identidad femenina, el sistema patriarcal ha construido todo un andamiaje de creencias, mitos, leyes, discursos vueltos hegemónicos, ubicando a las feministas en la periferia, biológicos, económicos, para imponernos un modelo de lo naturalmente femenino, lo obvio y objetivamente inherente a la feminidad hasta convertirse en una máscara impuesta sobre la piel de las mujeres para adaptarse a ese único modelo de “mujer”.

Cualquier divergencia se ubica entonces en la transgresión, por mínima que sea puede y va desde el hablar “porque calladas se ven bonitas”, hasta salir del ámbito de la cocina para atreverse a creer que pueden salir a la calle, que se “mandan solas” o que pueden opinar y que no necesitan una guía o que una voz masculina valide los discursos de las mujeres para darles credibilidad o sentido.

Visto así, la transgresión no solo es una amenaza para el sistema patriarcal sino que utiliza su mejor herramienta “la violencia de género” auxiliado por mecanismos de apoyo como lo es la violencia simbólica, la violencia estructural y se vale hasta de la violencia inserta en los sistemas sociales para discriminar a las mujeres que se atreven a ser distintas.

Las mujeres hemos vivido desde la antigüedad el castigo a la transgresión, hemos pagado un alto precio por la diferencia y en esto estamos de acuerdo aunque podríamos citar a Virginia Wolf con su Habitación propia, ¡Una habitación propia! para poder pensar y crear, imaginemos el nivel de necesidades básicas en los que aún nos encontramos las mujeres y que se convierten discursivamente en una forma de transgresión el reclamar el derecho vigente a un espacio propio.

Transgredir la identidad femenina es salir a la calle a protestar, es tomar el micrófono y hablar, expresar ideas, es sumarse a un movimiento social, es escribir, es pensar, es opinar, es ir a la escuela y estudiar, es resistirse y negarse a morir de hambre o en un aborto mal practicado, es no tener hijos o elegir tenerlos cuando prevalece una política de exterminio contra un pueblo.

Transgredir es reclamar el cuerpo como propio y querer habitarlo, conocerlo, tocarlo o no avergonzarse de sus partes. La transgresión a la identidad femenina llevó a las mujeres a la hoguera y hoy día es la causa de la violencia y la tortura sexual como el castigo patriarcal a las mujeres que se atreven a confrontar con su presencia en el espacio público.

Transgredir la identidad femenina es la sutil confrontación con el deber impuesto desde una verticalidad hegemónica, desde el discurso validado por el sistema social y elegir la periferia, hablar desde esos territorios que habitan las locas, las putas, las ninfómanas, las lesbianas, las que paren siendo pobres, o abortan, las que piden un empleo, las que reclaman la paz y la justicia, las que van a la universidad, las que no se quedan calladas, las que conducen un vehículo, en fin todas las que se atreven a ser personas.

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