El martes pasado confronté a un acosador en el metro de la Ciudad de México, documenté el proceso mediante videos y pedí ayuda en Facebook.
Mis redes de apoyo, conformadas por mujeres con las que he tenido la fortuna de coincidir y trabajar, se hicieron presentes de muchas maneras; acompañándome, alimentándome y protegiéndome en esos momentos.
Denunciar en un país feminicida es generalmente una batalla perdida. Sabes que vas perdiendo desde que la gente te revictimiza o te ataca por defenderte. “Pinche vieja loca”, me gritaron después de que me defendí del agresor que me decía “ni que fueras un culo de vieja, te voy a faltar al respeto… no, no voy a aprender a respetar a las mujeres en la calle”.
El patriarcado (o sea las personas) no esperan que puedas defenderte.
Por otra parte, al denunciar te enfrentas a un demonio de mil cabezas. Por ejemplo, yo tuve que quedarme en ropa interior, a pesar de que el agresor sólo me golpeó en la mano.
Tener que quitarme la ropa, escuchar que me agredían, ver que el acosador se mofaba y se mostraba prepotente. Todo me hizo pensar en Jessica Patricia González Tovar, la mujer que fue víctima de un crimen de odio por lesbofobia en Monclova, en su esposa Fátima, a quien torturaron para que se declarara culpable, en Yakiri Rubio y Norma Patricia Esparza que se defendieron de los hombres que las violaron y terminaron encarceladas y en las miles de mujeres buscando justicia para sus hijas, esperando encontrarlas vivas y batallando contra un sistema que no sólo omite que nos maten a diario, sino que participa de nuestro feminicidio.
Todo me caía encima como una loza, se me clavaba en el omóplato derecho. Me sentí incluso culpable por no estar confrontando lo que confrontaron ellas. Pensé que exageraba, casi me arrepentí de defenderme.
Pensé también en las mujeres que enfrentan miles de golpizas, violaciones y tortura sexual ¿cómo será para ellas denunciar? ¿habrá quien las acompañe?
Como respondí la primera agresión física, el patriarcado adentro de mí me estaba convenciendo de que no era suficiente la agresión como para denunciarlo.
Algo dentro de mí quería que lo dejaran irse, pero su actitud de culparme, de responsabilizarme de su agresión me recordó que no estaba ahí sólo por mí, sino por todas. Hoy me miras lascivamente y me tomas una foto, mañana tocas a una niña y no, no estoy pidiendo permiso para vivir libre. Si no quieres entenderlo vas a pagar las consecuencias.
El video que transmití en vivo se hizo viral y muchas personasme escribieron para brindarme su apoyo. Sobre todo la red maravillosa de mujeres que se han organizado desde el #24A. Ganamos la batalla. Al agresor le dieron una sanción de 24 horas preso y yo detuve su golpe y lo respondí.Llegué hasta donde pude porque sabía que no estaba sola. Hoy quiero decirte que tú tampoco estás sola.
Hay muchas mujeres dispuestas a ayudarte, también hay institutos que tienen la obligación de hacerlo. Por favor, pide ayuda. Debes tener claro qué necesitas específicamente, y para eso debes ejercitar tu sentido de la justicia, de la practicidad. Todas merecemos vivir libres, no hay que ganárselo, no es un derecho que puedas perder. Es tu vida y tienes motivos para vivirla en paz.
Siempre lleva batería en tu teléfono. Si vas a solicitar ayuda en redes etiqueta a mucha gente, si lo haces por teléfono llama a alguien que pueda comunicarlo a otras personas.
Ten claridad de dónde te encuentras y qué necesitas. Si estás confrontando una agresión busca cómo escapar de ella, si ya hay quien resguarde tu seguridad busca quién te acompañe en la denuncia.
Siempre es primero la autodefensa: camina, corre, entrénate. Busca actividades que desarrollen tu agilidad y tu fuerza. Escapa. Es falso que los hombres tienen más fuerza que tú y que por eso no debes responder a sus agresiones. No te pongas en riesgo, pero no agaches la mirada. Mantente firme y mira a los ojos directamente a quien te parezca peligroso. Voltea siempre para ver que nadie te siga. Corre si la tripa te advierte que debes hacerlo. Busca sitios seguros. Ayuda a las demás.
Para denunciar hay que sobrevivir. Confía en tus instintos, en tu fuerza y en tus hermanas.
¡Nunca más una agresión sin respuesta!
*Cynthia Híjar Juárez es educadora popular feminista. Actualmente realiza estudios sobre creación e investigación dancística en el Centro de Investigación Coreográfica del Instituto Nacional de Bellas Artes.