Ella es Mara, el nombre que tocó profundamente nuestras heridas abiertas, las llagas que no cicatrizan nunca, el dolor de sabernos en un país donde diariamente hombres de todas las edades, etnias y clases sociales asesinan, violan, esclavizan y desaparecen a niñas y mujeres.
Y concuerdo con el escozor de quien se escandalice y exclame “¡no todos los hombres!” porque es terrible aceptarlo, pero es verdad: a pesar de que el mundo insista en que no todos los hombres son iguales, nosotras aprendemos de la forma más violenta, todos los días, que sí: todas las mujeres hemos sido agredidas por hombres.
Dicho esto, pregunto a usted, lectora consciente y empática: ¿no cree que sea normal que muchas mujeres deseemos compartir nuestros espacios sólo con otras mujeres, al menos los espacios políticos, de activismo, autocuidado o recreación?.
¿Le parece una medida extrema o violenta el querer evitar sorpresas, acosos, incomodidades, violaciones o feminicidios? ¿le parece una medida fascista decidir con quién queremos estar? Usted y yo sabemos que no, que estamos hablando de nuestro derecho a decir que no.
Las marchas feministas en México se convocan por una red organizada de mujeres que trabajamos todos los días con y para otras mujeres.
Mujeres que, a pesar de nuestros debates y diferencias, estamos dispuestas a hacer una pausa en nuestra vida si sabemos que otra necesita nuestro apoyo.
Desde hace muchas marchas hemos hecho un consenso acerca de los contingentes que encabezan nuestras manifestaciones: separatistas y libres de potenciales agresores.
Quien quiera marchar con hombres, puede hacerlo en los contingentes mixtos que van en la parte de atrás. Los periodistas varones pueden documentar desde fuera del contingente separatista y en los contingentes mixtos.
Sencillo y clarísimo para cualquiera que se quiera enterar de la organización.
Lo que sucede con las marchas feministas, como pasó el #24A de 2016 y el día de ayer, es muy claro: las marchas feministas convocan lo más profundo del odio y los miedos misóginos porque nadie quiere ver a un grupo de mujeres que se defienden y se auto-enuncian.
La sociedad mexicana, feminicida por excelencia, no soporta saber que el cuerpo de las mujeres y su devenir colectivo como cuerpo político del feminismo: una marcha de mujeres, decide por sí misma.
Es decir: la exigencia de que aceptemos marchar con hombres en toda la marcha (al frente, a los lados, atrás) no se refiere a que incluyamos o no hombres, sino a que no decidamos por nosotras mismas.
Y esto, sinceramente, nosotras ya lo sabemos pero de ninguna manera nos vamos a retractar: después de tanto trabajo que se ha visto sometido al escarnio una y otra vez por una sociedad que se asusta más por los feminismos separatistas que por el feminicidio, es lógico que tengamos claro que nuestras medidas de seguridad son necesarias.
Si hasta este punto de la lectura usted se siente enojada, permítame hacer un parangón: exigirle a otra compañera que marche con quien no quiere es como decirle a una niña que sonría y dé las gracias cada vez que el señor de la tienda le dice que está muy bonita.
Si no sonríes, si no agradeces y no te muestras amable, eres una maleducada. Qué importa si el comentario del señor, su acoso sexual, es inapropiado, qué importa si te incomoda, qué importa si no le preguntaste qué opinaba sobre ti.
Tienes que agradecer y ser linda para que cuando crezcas, no corras al hombre que se autoproclama tu aliado pero no ha hecho lo mínimo por enterarse de qué va tu petición.
Los aliados van atrás, era claro. Si Jenaro Villamil fuese nuestro aliado, ¿no debería comenzar por enterarse de cuáles son nuestras medidas de seguridad en la marcha?.
Sí, quizás en su escala de valores –patriarcal- somos unas maleducadas que no le sonreímos al hostigamiento de un varón, pero tenemos claro que el género de Jenaro le impide darse cuenta de esto.
De la misma manera que a todas las personas que lo defienden de este “puñado de feministas radicales” que sin embargo, son quienes convocaron la marcha, quienes acompañan todos los días a otras mujeres, quienes trabajan en crear una vida mejor para las mujeres que vienen.
¿A qué me refiero, entonces, con el género de Jenaro? Es claro que no sólo los hombres pueden ser machistas, y ha sido muy claro en este debate, que hay mujeres dispuestas a atacar a otras mujeres para defender a hombres como él de una simple petición de seguridad (los aliados van atrás).
Pues bien, me refiero a lo que he dicho desde el principio de este texto: un hombre es siempre un potencial agresor en las marchas de mujeres, aún cuando tenga la mejor intención de ser un aliado.
En el caso de Jenaro, su presencia en el contingente separatista devino agresión por no respetar, en primer lugar, los acuerdos de la marcha: los aliados van atrás (lo escribo tantas veces como sea necesario para dejar claro que ninguna marcha pretende excluir hombres sino respetar la decisión de las mujeres de marchar libres de agresiones).
El hecho de presentarse en una manifestación organizada por quienes enuncian su lugar en el mundo y querer hacer lo que se te dé la gana desde un privilegio, es una agresión.
Aquí me imagino a una mujer blanca queriendo tomar el micrófono de forma violenta en una manifestación zapatista ¿se imagina usted, estimada lectora, la reacción de la sociedad?.
Imaginemos ahora un militar, como mencionaba en sus redes sociales la politóloga Beatriz Quesadas, tomando el protagónico en la marcha por los 43 de Ayotzinapa para decir que “no todos los militares son iguales”, “no todos los militares desaparecen estudiantes”.
Ahora imagíneme a mí peleando con los veteranos del 2 de octubre diciéndoles que me agarren del brazo para la valla humana.
Que tengo derecho a estar ahí porque no se me da la gana marchar atrás como toda la gente. ¿Qué dirían los tweets? ¿Alguien les diría fascistas por no aceptar que alguien que no comparte el lugar de enunciación quiera protagonizar una marcha, nada más para decir que es una buena aliada? Yo lo dudo.
El papel de los hombres que quieren forzosamente estar en los contingentes separatistas es violento porque además de generar tensión y una sensación de acoso dentro de nuestros espacios, también incendian a toda la misoginia mexicana para decir que las feministas somos las culpables de que México no avance, de que haya feminicidios, de que las cosas no mejoren.
Vaya, una creería que los culpables son los feminicidas, pero según las tendencias en redes sociales, no. Según su forma –patriarcal- de ver la vida, somos las feministas las que tenemos la culpa.
Ahora bien, si usted no entendió todo lo que en este y otros textos se expone, vamos a ponerlo más fácil.
Cada vez que quiera meterse a la cama de una compañera, cada vez que desee tocar a una mujer, cada vez que sienta la necesidad de dar una opinión que no fue solicitada, cada vez que quiera exigirle a otra mujer que haga algo que ella no quiere con un hombre, ya sea marchar, hablar o sonreír, por favor, recuerde: NO es NO. (Cynthia Híjar Juárez)