Prefiero decir menos y hacer más,
por nacerme y renacerme cada día.
Antepongo los latidos para corregirme,
sé que soy lo que soy por el que soy,
el pulso de su espíritu, el encuentro
en esta dialéctica de sístole y diástole,
por la que nos movemos y existimos.
Al anochecer todo se torna místico,
pero al amanecer todo es más radiante.
A veces, nos vamos de la vida sin vivir,
vivimos hacia fuera, no hacia dentro.
Tampoco hay que tener miedo por pasar,
hay que ser fuertes, seguir adelante,
que un camino se acaba y otro empieza.
Para coexistir con el amor, es necesario
amar muchas veces mucho hasta morir.
Sucumbir a los caminos hasta ser verso,
ser la poesía soñada, la musa en el jardín,
el niño reencontrado con la inocencia,
la sonrisa refundida con el entusiasmo,
pues a pesar de mi nada, soy de Dios.
Por eso vamos a Él, que es nuestro soplo,
con el deseo de volver más corazón.
Más corazón para crear comunión,
más comunión para hacer el camino,
un camino que tiene un horizonte,
un horizonte que crece con nosotros,
y así tenemos el cielo en nuestros manos.
Sólo hay que dejarse confiar en Él,
que tras pasar por la cruz, llegó a la cima.