Todo ser humano es una lámpara en el camino.
Sobre el camino, un rio de candelabros vivientes.
Porque la vida es puro discernimiento y cercanía.
Allá donde todo se vive en familia, nace el amor.
Un amor que no quiere ser poseído, sino amado.
Porque al amor le basta amar para vivir en el otro.
Vivimos por la familia y por la familia estamos.
Florecemos en familia y en familia cohabitamos.
Porque al cohabitar, coexistimos queriéndonos.
Querer es desvivirse por aquellos que amamos.
Somos para los demás lo que somos para uno.
Porque amar es donar tu propia casa, el alma.
Jamás dejes de llamarme tu alma para ser tu vida.
Que siendo tu vida, seremos mucho más corazón.
Porque un corazón sin coraza es pura inocencia.
Quiero ser tu anhelo, aunque muera de emociones.
Y el niño de tus deseos, en la niña de tus ojos.
Porque, al fin, los sentimientos son perennes.
Y tan eternos como tiernos, pues todo viene de Dios.
De Dios viene la palabra que va hacia el silencio.
No rompamos ese mudez con ninguna traición.
Porque el amor no entiende de verbos, sino de paz,
y porque lo armónico es un espíritu sin abecedarios,
quitémonos lenguajes que no alumbran las noches.
Que quien con Dios convive, vive porque sí.
Porque sí, eso es el amor, un porque sí perpetuo.
Lo más evidente es que Dios nos ama a pesar de...
Sí, sí, a pesar de nuestras debilidades, a pesar
de nuestros pesares; y, lo más misterioso,
es que mientras nos repudiamos, ¡Jesús nos acaricia!
Mientras Dios nos ama, nosotros nos repudiamos
14
de Mayo
de
2016
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