Es verdad que cada día estamos más acorralados por nuestras miserias. Hay como una explosión de desdichas, infortunios y desgracias, que nos desilusionan, cuando en realidad lo que tenemos que mantener es el ímpetu para poder seguir adelante.
Sea como fuere, no podemos permanecer en las tragedias, necesitamos poner en valor nuevos anhelos, con lo que esto supone de oportunidad y vida.
Esto no es nuevo, nuestra historia como especie es un diario de contrariedades, de avances y de crisis, de lucidez y de estancamiento; pero, no por ello podemos pensar en clave apocalíptica, aunque tengamos la tentación de hacerlo, al contrario necesitamos activar el intelecto y la voluntad de cambio.
Pienso que es tiempo de conversar mucho, también de escuchar más, para poder confluir en nuevas ideas que nos pongan en movimiento.
Considero, por tanto, que no hay futuro para ningún país, para ninguna sociedad, si no sabemos ser todos más humanos, o sea, más fraternos y solidarios.
Por consiguiente, cada día estoy más convencido de la necesidad del reencuentro del ser humano con su propio linaje, lo que exige una buena dosis de amor para que se impulse la cultura del acercamiento.
El ser humano no puede aislarse en su propio endiosamiento, necesita compartir, vivir la cercanía, sentirse parte del engranaje de la vida, para poder encender en su corazón la esperanza. Sin ella, no hay vida, se pierde todo estímulo vital, perdemos perspectiva, los horizontes se limitan y la realidad misma nos atrofia.
Ante esto, lo que procede es tomar conciencia de un mundo herido, que precisa restablecerse, y, por eso, tenemos que ser capaces de construir auténticas relaciones humanas, sustentadas en el respeto de unos para con otros y en la autenticidad del lenguaje en coherencia con el hacer.
Deberíamos, pues, impulsar esta multiculturalidad, para que disfrutando de su inmensa riqueza, podamos convivir nuestras diversas identidades.
Espero ardientemente que el sentido de unión y unidad ciudadana no se ponga en entredicho jamás.
El mundo necesita manos abiertas, que sepan cobijar y no marginen; también manos ilusionantes y pacificas, que sepan armonizar en lugar de enemistar.
Quizás tengamos que dar un mejor uso a los altavoces para llegar al corazón de las gentes.
Ejemplo preocupante de esto es el dramático fenómeno de los grupos terroristas que continúan utilizando internet y las redes sociales para sus actividades, incluida la incitación a cometer actos terroristas, el reclutamiento de combatientes, así como la preparación, financiamiento y ejecución de ataques.
Desde luego, una convivencia basada en relaciones de interés, y no de amor; de poder y no de servicio, no tiene nada de humano.
En consecuencia, deberíamos tomar otro ánimo más desprendido, ponernos en el lugar del otro, vivir con el otro y por el otro; porque al fin, todos somos lo que somos por los demás.
Nos interesa, en consecuencia, un mundo más habitable, con menos negocio y más acción comprensiva.
Soy de los que piensa que debemos recomenzar de nuevo, y para esto hace falta ese ímpetu de obrar acorde con los principios de derechos humanos.
Pero claro, para este nuevo inicio, hace falta antes reconciliarnos de verdad unos con otros.
La humanidad no ha aprendido aún que los riesgos de dar armas a los grupos que hoy se consideran "combatientes por la libertad", mañana serán terroristas, como ha ocurrido en repetidas ocasiones.
Por muchos golpes de pecho que nos demos, aún no hemos asimilado los errores del pasado.
Sabemos que la violencia no lleva jamás a sosiego alguno, y dejamos que se acrecienten los hechos delictivos.
Estamos al corriente de que las armas son el mayor negocio, y renunciamos a destruirlas. Otras veces hablamos de asistencia humanitaria, y en realidad es asistencia interesada.
Lo verdaderamente repugnante es que la maldita mentira, o la verdad mal entendida, o el silencio de la complicidad, nos esté dejando una podredumbre que, ciertamente, nos desconsuela.
Aún estamos a tiempo, para quitarnos las angustias y tomar el impulso del ciudadano despierto.
Querer es poder. Que una luz reaviva otra luz, pues casi siempre vive mejor el pobre dotado de valentía que el rico sin ella.