Perdón, Señor, por no perdonar.
Compadécete de mí, compadécete.
Enternécete a fin de que perdone.
Sé que perdonando, seré perdonado.
Que queriendo, también seré querido.
Que amando, también seré amado.
Y que también fenecido, seré revivido.
Porque la puerta del perdón de Dios,
es un horizonte que resucita,
un mar que sosiega,
un sol que ilumina,
un corazón que engrandece,
todo va a depender,
de la piedad donada a los demás.
Por eso, como Tú, ¡Señor!,
yo también quiero sufrir contigo,
cargar con las penas del mundo,
enséñame a hacerlo,
Tú, Jesús, que sufres con nosotros
y por nosotros,
muéstranos la manera de donarnos.
Nuestro pan de cada día,
aún no es pan para todos,
nos falta partir y compartir,
perdonar y perdonarnos,
amar y amarnos,
y aunque todo nace porque sí,
también la muerte llega por sí misma.
Hay que poner más corazón
en las manos, más poesía en el alma,
más espíritu de vida,
más conciencia en acogernos,
más sabiduría en el camino,
pues el Creador, que es acto níveo,
amén de amarnos, nos salva en la Cruz.