Decía el inolvidable Antonio Machado que "tras el vivir y el soñar, está lo que más importa: el despertar".
Es una evidencia que no le faltaba razón.
En cada palabra, naturalmente, hay una chispa de vida.
Pero hay que saber llenarse del vocablo justo y preciso, separándolo de doquier interés.
Por desgracia, abundan demasiados predicadores que nos confunden.
Hoy se habla bien poco del crecimiento inmoral de la humanidad, causante de tantos hechos con tintes de irracionalidad fanática, que nos retroceden como especie.
Ahí están, como botón de muestra, las economías insensatas, absurdas, incoherentes, salvajes, fortaleciendo la desigualdad y, por ende, generando un mundo de contradicciones con final perverso.
Dicha realidad, nos obliga a una profundización crítica, que se construye sobre la base de un diálogo de cooperación entre unos y otros.
Indudablemente, las esperanzas crecen cuando se dan las bases de una futura condición de vida más sosegada, más rica de relaciones humanas, más respetuosa y libre, más compartida, o si quieren solidaria moralmente.
Si en verdad utilizásemos el raciocinio generaríamos otros sueños más éticos, más de equilibrio, con políticas fiscales responsables y reformas estructurales más humanamente globales.
Lo mismo sucede con la ola de políticas irracionales que dan pánico escucharlas, puesto que fermentan el odio y la venganza, en lugar de mantener la cabeza fría y el sentido común, para poder adoptar un enfoque inteligente global que respete el imperio de la ley.
Al respecto, Ban Ki-moon, Secretario General de Naciones Unidas, comenzó describiendo recientemente algunos de los crímenes, que calificó como “bárbaros”, perpetrados contra la humanidad por grupos como ISIS y Boko Haram en los últimos meses.
Desde luego, todos vamos a perder si respondemos en caliente, pues no se trata de enfrentarnos como irracionales, sino de entrar en razón con una mayor implicación en la protección de los valores innatos y universales.
En consecuencia, los liderazgos juegan en la actualidad un papel más importante que nunca, en la medida en que los líderes han de saber tender puentes, no levantar murallas; han de ser ejemplarizantes, deben estar dispuestos a sacrificarlo todo por sembrar justicia y, así, liberar al pueblo de toda esclavitud; y, asimismo, han de saber humanizarnos, puesto que si la razón nos hace ciudadanos de bien, la solidaridad nos conduce a ser mejores más allá de los sentimientos.
La irracionalidad no puede aventajar a la razón, siempre en la búsqueda de un nuevo contexto humano, donde todos podamos crecer y convivir, tarea que nunca se puede dar por concluida.
Por tanto, a mi manera de ver, es importante no negar hechos históricos para, de este modo, poder recapacitar y no caer en caminos ya recorridos por nuestros antecesores.
Precisamente, rechazando toda negación, ya sea parcial o total, del Holocausto como situación pasada, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la resolución 60/7, condenando sin reservas todas las manifestaciones de intolerancia religiosa, incitación, acoso o violencia contra personas o comunidades basadas en el origen étnico o las creencias religiosas, dondequiera que tengan lugar.
En consecuencia, se decide designar el 27 de enero, aniversario de la liberación de los campos de exterminio nazis, como Día Internacional de Conmemoración anual en memoria de las víctimas del Holocausto e insta, a mi juicio con verdadero acierto, a los Estados miembros que elaboren programas educativos capaces de inculcar a las generaciones venideras las enseñanzas de este ambiente disparatado y absurdo, como fue la tragedia inconmensurable del Holocausto, con el fin de ayudar a prevenir actos de genocidio en el futuro, y cuando menos la fuerza de avergonzarnos de lo que, como linaje pensante, hemos sido capaces de llevar a cabo.
Dicho lo cual, considero que ha llegado el momento de meditar sobre esto, pues no tiene raciocinio alguno que el ser humano se destruya contra sí mismo, contra sus análogos, ya que al fin lo que se demuele son vidas que nos pertenecen a todos.
De ninguna manera cerremos los ojos, aunque nos duela la mirada por repetitivos. Excavemos a fondo en la conciencia de cada uno, en la raíz de tanto espíritu irracional.
Reconozco que me abruman tantos ideólogos en escena; y, sin embargo, tan pocos ciudadanos buenos en acción.
Efectivamente, reconozco que me apetece subrayar las buenas noticias, aquellas que nos infunden un rayo de ilusión.
En este sentido, nos alegra lo que ha dicho el presidente de Irán, Hasan Rohani: "Los iraníes tendemos la mano al mundo en señal de paz, dejamos atrás todas las diferencias, sospechas y complot, y abrimos un nuevo capítulo en las relaciones de Irán con el mundo".
Personalmente, siempre subrayaré "lo de tender la mano", como primera llave de convivencia, máxime en un mundo de ideólogos hostiles e insidiosos, poco transparentes, y casi siempre sumidos en la soberbia.
No importa cuán pequeño y pobre sea, lo fundamental es tomar conciencia de lo limitados que somos individualmente, y sin embargo, la grandeza que tenemos en su conjunto, sobre todo cuando hacemos valer la idea Kantiana de que "todo nuestro conocimiento arranca del sentido, pasa al entendimiento y termina en la razón".
En efecto, en este sentido lo que germina es el reencuentro con la verdad como anhelo del ser humano, lo que supone un ejercicio de discernimiento, de auténtica libertad; pero a veces, cuesta entrar en esa auténtica cognición ante estos mecanismos dominadores de producción que todo lo han vuelto distante, y egoístamente encerrado, en ese mundo de privilegios y privilegiados.
Pese a estos entornos, que nos dejan sin verbo, aún tenemos personas que se lavan las manos, como el poncio Pilato romano y dejan caer la maldad de Caín sin comprometerse.
Por otra parte, hay otros que interpretan mal esta búsqueda solidaria, encerrándose en el fanatismo de su verdad, e intentando imponerla a los demás como si fuésemos sus sirvientes.
Ciertamente, no debemos desperdiciar nuestra vida, ni abusar de existencia alguna; tampoco hemos de conservarla únicamente para nosotros mismos, nos debemos a los demás por propio instinto natural, sabiendo que del fanatismo a la barbarie solo media un paso.
Todo requiere, entonces, naturalidad y no hipocresía, autenticidad e ingenio, lucidez en las fuertes razones que nos darán, sin duda, mejores acciones para combatir la emergencia de nuevos patrones de violencia, en los que se incluyen violaciones sexuales por las fuerzas de seguridad y un drástico incremento de desapariciones y casos de tortura.
Desde luego, esta irracionalidad fanática, aparte de llevarnos a un callejón sin salida, nos reduce a meros objetos de usar y tirar. ¡Sálvese el que pueda!.
Indudablemente, estos múltiples y angustiosos acontecimientos, que se están volviendo endémicos, parecen haber hecho olvidar en las mentes, el carácter de comunidad de cualquier vida.
Por eso, la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de Derechos Humanos, que consagran los principios de los derechos humanos para todos los pueblos del mundo, ha de ser nuestro referente, para que los conflictos cedan el paso a las razones de la justicia y de la paz.
Realmente duele que el fanatismo y lo irracional aventaje a las leyes de un raciocinio de los actos humanos y de sus principios, con la robustez de los argumentos y el propio lenguaje del entendimiento.
Ahora bien, hay que tener cuidado que siempre hay alguien que te dice lo que debes decir y hacer; obviando tu libertad con mil ruidosas doctrinas.
Tanto es así, que no se conoce manipulación más sutil y siniestra, como la sembrada en este momento por todo el planeta. Siembra, que algo queda; se dice.
Lo malo es que quien siembra viento, como dice el sabio refranero, también recoge tempestades.
Tengámoslo en cuenta.
El fanatismo y lo irracional aventaja a la razón
18
de Enero
de
2016
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