Para conciliar hay que reconciliarse,
cada cual consigo y junto a los demás.
También para vivir hay que vivirse,
cada día como si fuera el último.
Tan importante como abrirse el alma
es reabrirse al amor para alegrarse.
Sólo quien sabe amar sabe quererse,
y ha de hacerlo hasta el extremo de ser.
Porque quien es amor no se posee,
se dona hasta si es preciso agonizar.
Todo es compartir, pedir perdón,
con el valor de perdonarse perdonando,
de arrepentirse arrepintiéndose,
pues nada somos por sí mismos,
cuando pensamos ser algo fallecemos,
tan corto es el andar que no llegamos,
tan largo es el camino que no avanzamos,
y únicamente de generación en generación,
alcanzamos el horizonte, abrazamos la luz,
dejemos entrar a Dios para crecernos.
Aunque penitentes somos, la esperanza
es el sueño requerido con desvelo,
la clemencia que el Creador nos injerta
a la especie, lo que requiere compasión
de unos a otros y de otros a unos,
ya que todo es de Dios y ha de volver
a Él, pues todo es por Él, y en Él
se embellece con espíritu naciente,
como dador de alientos y receptor
de deseos; de este ser-amor, para ser de Dios.