Es hora de reconducirse,
a veces los espacios no son los adecuados,
y hay que readecuarse para reubicarse,
y hay que quererse para hacerse y renacerse y renovarse.
Al fondo está el Verbo,
que se hizo Luz y vino para habitarnos,
con el fin de redimirnos y recobrarnos,
ofreciéndose sobre la Cruz el mayor acto de entrega.
Dios nos envía a su Hijo,
nacido de María, para humanizarnos;
y, de esta mansedumbre, brotan los místicos vínculos,
retoña lo fraterno y lo armónico emerge con brío.
Porque sí, todos somos retoños
de un mismo Padre, renuevos para ser
regenerados, puesto que la regeneración del bien
es bondad, alma sobre todo lo demás; ¡balada en el alma!.
Por la restauración en Cristo, hemos recibido
la adopción de la oda como aliento,
y el alimento del pan de la poesía como sostén,
y el sostenimiento de la belleza como gozo. ¡Gocémoslo!
Este pasar la vida reviviéndonos,
realimentándonos, reorientándonos,
reorganizándonos, nos recuerda lo que somos,
más allá de la memoria, del montón de espejos rotos.
Tantos sueños sembrados, tantos versos
inmortalizados, tantas eternidades reconquistadas,
tantos sentimientos enhebrados, tantas pasiones
derramadas, para una única vida tantas veces muerta.
Pero sí, Jesús, jamás nos abandona,
a pesar de nuestros vacíos, Él ha decidido salvarnos,
retornarnos a la poesía, de la que nunca debimos
ausentarnos, ni para realzarnos como ser en movimiento.
Hasta Jesús se presenta como servidor,
y encaminado por la senda del servicio,
la fe despierta jardines para retroalimentarnos
de cariño, aleteo necesario para cohabitar y convivir.
Sostenidos por esta idílica hermosura,
el camino de la reconciliación se torna deseo,
y mientras una esperanza reaviva otra esperanza,
los andariegos retoman ser poetas de voz en pecho.
Loado sea el naciente 2016, durante el cual
se reproduzcan más gestos de paz que gastos
en armas, pues el amor se defiende con el amar,
sin otro abecedario que el de dejarse ser amado. ¡Amémonos!