Me gustan las miradas penetrantes y compasivas,
aquellas que saben desenterrar el día del camino,
y enterrar todas las noches que alcanza su vista,
arrancando lo que haya de bondad en lo perverso,
porque la piedad es por la que soy lo que yo soy,
pues lo que se atiza con ternura, ¡de amor se llena!.
Al fin, todo es renovarse, y renacerse hacia dentro;
tan importante como compadecerse es compartir;
y para compartir, antes hemos de querernos amar;
y para amar, hemos de estar dispuestos a darnos;
porque al donarse, las puertas del cielo se abren,
pues lo que se entrega con amor, ¡de amor florece!
Rejuvenece el aire, que con ser aire nos da aliento;
amanece el cielo, que con ser cielo nos glorifica;
despunta el alma, que con ser poesía nos embellece;
reverdeciendo los paisajes después de las tormentas,
porque el sol siempre vuelve a nacer tras las nubes,
pues florecido el horizonte, ¡se acrecienta la armonía!
Bajo el movimiento de lo armónico; nada se decrece
para recrearse en comunión, conforme a los mil labios
de un orbe, dispuestos a abrazarnos en perenne sinfonía,
con el tono de la conjunción y el timbre de cada cual,
porque todos somos necesarios y únicos a la vez,
pues fue la luz de Dios, ¡la que nos injertó de Vida!