Perdón y reconciliación contra la deshumanización: Ingrid Betancourt

05 de Mayo de 2016
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Ingrid Betancourt__01
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Bogotá, 5 May (Notimex).- La ex rehén Ingrid Betancourt hizo hoy un dramático relato entre lágrimas, silencio y corte de voz de los seis largos años que permaneció en cautiverio en las profundidades de la selva en el sur de Colombia por parte de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

La ex candidata presidencial, quien fue secuestrada en plena campaña electoral de 2002, en una zona rural del sureño departamento del Caquetá, y rescatada por fuerzas especiales del ejército colombiano mediante la Operación Jaque en 2008, abrió en esta capital el foro “La reconciliación, más que realismo mágico”.

Betancourt, quien se convirtió en un símbolo en favor de la libertad y en contra del secuestro, es hoy una de las víctimas más emblemáticas de la guerra en Colombia, que ha enarbolado la bandera del perdón y la reconciliación, cuando se acerca la firma del Acuerdo de Paz entre el gobierno y la guerrilla colombianos.

El acuerdo de paz, que se negocia en La Habana, Cuba, desde noviembre de 2012, fue puesto en marcha por el gobierno del presidente Juan Manuel Santos, quien como ministro de Defensa en el 2009 lideró el rescate de Betancourt, junto a un grupo de militares colombianos y tres de Estados Unidos.

“Lo perdí todo al cruzar un puente (...)”, fue la frase con la que Ingrid Betancourt abrió su intervención ante un nutrido auditorio en la Cámara de Comercio de Bogotá.

Recordó como en febrero de 2002, en plena campaña por la presidencia de Colombia, fue secuestrada en el caserío Montañita, en el departamento del Caquetá, junto a Clara Rojas, quien era su compañera de fórmula.

Al llegar a Montañita en un rincón del Caquetá, salí de mi mundo y entre a otro sin puertas, sin ventanas, ni mesas. A un tiempo sin relojes, sin agendas, sin citas, pero con otra cita: la de la inmediatez de la muerte.

Betancourt, inició su relato con voz pausada, con una mirada melancólica, con una voz que se recortaba en varios pasajes de su relato, con lágrimas que no pudo evitar por el dolor que sentía al recordar el secuestro, una de las barbaridades que las FARC hicieron por años en las profundidades de la selva colombiana.

“Caí por un abismo sin luz (...) Aterrice al espacio mudo, sin ruidos de carros, ni voces amadas, sin risas de niños y quede separada por un tiempo eterno, en un espacio sin fin de lo que yo era: Mis hijos, mi padre, mi madre, mi esposo, mi familia, mis amigos. Quedo en silencio que no termina”, dijo.

El público escucha atento y en silencio absoluto, conmovido por cada frase que sale del alma de Ingrid Betancourt, que hace parte de un relato de memoria histórica, esencial para un ejercicio de perdón y reconciliación entre víctimas y victimarios.

Ella estuvo seis largos años en poder de las FARC en soledad, sin ningún tipo de privacidad porque los secuestrados estuvieron siempre vigilados por el “ojo de un cañón”.

En ese nuevo mundo, el del secuestro y la selva, se dio cuenta que lo primero que perdió fue su voz, la narración de su secuestro, la reconstrucción de los hechos que precedieron su captura, los comunicados de prensa del gobierno y la guerrilla.

“Todas las voces se oyeron, salvo la mía (...) Ellos, mis captores por su lado, se dieron a la tarea de expropiar mi voz, para dar sus propios golpes mediáticos. Con fiebre por la malaria, escuchaba a Raúl Reyes (comandante de las FARC, que murió en un operativo militar), diciendo en la radio que yo estaba en buenas condiciones de salud y estaba en contra del rescate militar.

Betancourt toma agua para proseguir: “después de la voz, lo que intentaron arrebatarme fue mi identidad. Me di cuenta del peligro de perderla”.

“La primera vez que alce la cabeza, cuando me estaban llamando y no era por mi nombre. Los nombres que me dieron fueron muchos en la selva: La cucha, por vieja, la garza, por flaca, la perra por mujer, la carga por secuestrada (...) Me tomo tiempo entender”, señaló.

“El despeñadero de la deshumanización no es odio para el que lo está viviendo. Lo comprendí en una madrugada recién llegada al campamento (lágrimas), lleno de alambres de púas y de garitas por todas partes. Nos acaban de unir a todos los canjeables por primera vez”.

Los canjeables, fue un grupo de secuestrados entre civiles y militares, que el grupo guerrillero seleccionó para presionar al gobierno del presidente Alvaro Uribe Vélez (2002-2010) a intercambiar por rebeldes en las prisiones del Estado colombiano.

En ese campamento estuvieron por primera vez reunido 10 rehenes civiles y al menos 60 militares, quienes estaban encadenados al cuello para evitar que escaparan.

“A las cuatro de la mañana se acercaron unos guardias a la reja gritando: Los retenidos se enumeraron uno tras otro para probar que nadie se había fugado. Cuando tocó mi turno, sin pensar respondí: Ingrid Betancourt. Si quieren saber si estoy aquí, me llaman por mi nombre. La rabia de los guardias no fue tan grande, como el desconcierto de mis compañeros.

Para ellos mi respuesta era una manifestación de prepotencia, y nos ponía a todos en riesgo de ser encadenados por el cuello, así como tenían a los militares.

Yo estaba defendiendo lo único que me quedaba: Mi identidad. Decir Ingrid, era decir estoy viva. Soy un ser humano, soy una mujer. Tengo un pasado (lágrimas), tengo raíces, y tengo un alma (Ingrid Betancourt).

Con expresión de orgullo dijo que durante los años de secuestro luchó día a día por no perder lo único que le quedaba un rehén en poder de las FARC: la identidad, mientras eran reducido a ser objeto controlado por otros, que daban los permisos hasta para ir al baño y tener que hacer sus necesidades básicas bajo la mirada de un guerrillero en guardia y apuntando con su fusil.

El secuestro es una expresión sádica y deshumanizante que nos habita agazapada (...) Internase en la selva fue entrar a un mundo donde la barbarie era la norma.

Un espacio desconocido y agresivo Infectado de bichos zumbadores, agarrándose a la carne como vampiros de bichos como la anaconda de nueve metros, que los guardias decapitaron de un machetazo limpio frente a nosotras, cuando salíamos de lavarnos frente a un caño, y que me sigue persiguiendo en mis pesadillas hasta hoy (...).

O las tarántulas que saltaban despelucadas y rabiosas dentro de las botas por la mañana, de otros tantos bichos sin nombre, nunca registrados por ninguna botánica. Programados para vivir y morir comiendo del otro, y ese otro, éramos nosotros.

Pero ni las congas, ni la gran bestia, ni la mata-blanca, ni los tigres, ni el pito, lograron igualar el daño que nos produjo a todos el corazón deshumanizado del ser humano (lágrimas y silencio).

Para Ingrid Betancourt, “reconciliación no se conjuga con olvido, no es borrón y cuenta nueva, sino que es todo lo contrario, es la obligación de hacer memoria”. Para esta mujer, colombo-francesa, guerrera de mil batallas y sobreviviente de la barbarie del secuestro, “no hay nada más fuerte que el perdón para detener la deshumanización (de la guerra)”.

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