Yucatecos honran a difuntos con la ceremonia del Hanal Pixán

31 de Octubre de 2014
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Mérida, 31 Oct (Notimex).- El canto de la serafina -instrumento musical- irrumpe en la Plaza Grande, mientras miles de almas visitan uno a uno los 97 altares de Hanal Pixán, dispuestos para honrar a las almas que han descendido al inframundo maya y que como cada año regresan para visitar a sus parientes vivos.

El poderoso cobijo de “Kin”, dios maya del Sol, se posa sobre miles de espectadores que tratan de entender la cosmogonía maya al mirar los altares de Hanal Pixán (comida de ánimas), los cuales brillan por si mismos con la luz que emana de velas de cera de abeja: blancas y de colores vivos para niños, cafés y obscuras para adultos.

El aroma del café y el chocolate se mezcla con el del mucbilpollos, el relleno negro o el blanco, el puchero de tres carnes, la tortilla recién salida del comal, el atole, los elotes en “pibinal”, los dulces de mazapán, coco, así como de calabaza, camote o yuca melados.

Junto a la plegaria que se eleva por las almas de los fieles difuntos, en maya o castellano, también están las figuras amorfas, pero sagradas que dibujan los incensarios, acompañadas de cantos que pretenden sonar a los que se replican en el Mayab.

Mujeres ataviadas con el traje tradicional de terno dejaron por un día colgada la ropa de Catrina, las de modestos huipiles se dan a la tarea de perpetuar en la ciudad la acostumbrada faena del día, son las que tapizaron con pétalos de xpujú (cempasúchil) el camino de regreso de las ánimas.

Improvisadas casas mayas se vislumbran en el corazón de la ciudad, donde incluso se ven a las niñas replicar el trabajo en la cocina, tras la batea, junto el comal, mientras los hombres replican la raspa del henequén, la siembra del maíz, las ceremonias a los dioses.

Largas filas de “penitentes” se disponen a visitar las casas-altar para congraciarse con los señores de las mismas y recibir una fracción, aunque mínima del manjar dispuesto para los pixanes (ánimas) que para entonces se han alimentado del aroma de la viandas.

A lo lejos, la figura de algunas Catrinas se dibujan solitarias, al igual que la de un “gringo”, que tratan de narrar en su lengua las tradiciones locales, ante un público que poco conoce ese “habla”, pero que aplaude su esfuerzo por decir frase en lengua maya.

Padres y madres, hijos o abuelos, personas con nombres comunes o figuras de la historia o la política local, son parte del decorado de las ofrendas, pues para ellos se hará una petición especial ante papá Dios.

Sobre ello, una cruz de madera color verde hace su presencia como elemento fundamental del altar, símbolo de la mezcla cultural y la policromía cultural de los mayas y los españoles: la de la fe cristiana para unos, la representación de la ceiba, árbol sagrado maya, para otros.

Una parvada de palomas va de un lugar a otro, cambia de rumbo de manera errática como si una fuerza invisible les impidiera acercarse a las casa-altar o al “patio” de las mismas, para comer los restos del pan o del “pib” que han sobrado del festín material.

De nuevo, la voz de la serafina escucha, luego de letanías que claman la intervención de un Dios todopoderoso, pero que se confunde entre aquel que habitan en lo infinito del cielo, o de aquellos que viven en el inframundo, al que todo maya aspira descender.

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