Esta es la opinión de la restauradora de bicicletas Ana Lidia Arrieta Gutiérrez, quien participa en Ciudad Universitaria en la exposición de bicicletas de oficio, en el marco del sexto Foro Mundial de la Bicicleta que se celebra en la capital mexicana.
Hace cinco años, Ana decidió dedicarse a esta labor que describe como artística y artesanal, y abrió su taller “La Burra Antigua”, uno de los pocos lugares en la Ciudad de México especializado en reparar modelos antiguos con piezas originales.
“Restaurar una bicicleta tiene muchos beneficios, se contribuye a disminuir la contaminación producida por las fábricas que las construyen masivamente, y con mucho menor calidad a las antiguas, y se mantiene su esencia viva a través de su uso por diferentes generaciones”, dijo en entrevista con Notimex.
Las anteriores son solo algunas de las razones por las cuales Ana Lidia se adentró en esta actividad que la ha llevado a reconstruir modelos nacionales e internacionales, de diferentes épocas y usos.
Explicó que cuando llega a sus manos un nuevo trabajo, primero realiza una detallada investigación sobre la marca, modelo, año, procedencia y base, consultando catálogos con información sobre el diseño, posteriormente se hace una evaluación de las piezas: las faltantes, las originales y las sobrepuestas.
“Tengo una colección de catálogos muy grandes, el más antiguos es de finales de 1800 de la marca Durkopp, también hay otras como Benotto, Schwinn, Colnago, Cinelli o Dolomiti. Gracias al internet se facilita algunas búsquedas, pero siempre hay que tener conocimiento para contar con la información correcta”, anotó.
De acuerdo con la especialista, terminada la investigación comienza el proceso de restauración, se croman las piezas, se pulen, se pintan, se trabaja el diseño de las calcomanías, los gráficos y se ensamblan las piezas originales -algunas tienen que ser importadas- hasta dejar la bicicleta como recién fabricada.
“También nos acercamos a sus historias, platicamos con los dueños, la mayoría de la gente busca una restauración por algún motivo en especial, ya sea porque es una bicicleta herencia de su abuelo, fue la que tuvo su papá toda su vida, o la obtuvo a cierta edad y le tiene aprecio”.
Ejemplo de esto es una de sus restauraciones en proceso: una bicicleta de carrera que data de 1949, que el dueño quiso rescatar porque su padre la compró cuando tenía 15 años, en un distribuidor Ferrari y la usó toda su vida.
“Estas son bicicletas importadas con piezas muy difíciles de conseguir, es de esos trabajos que llevan su tiempo para poder reconstruirlos, hemos conseguidos partes que son casi imposibles de encontrar, pero aunque sea un proceso largo, nuestra misión es que tenga hasta el último elemento en original”.
Pero este no ha sido el único trabajo curioso que ha tenido la especialista, pues según recuerda, el vehículo más antiguo que ha restaurado es una bicicleta francesa de niño rodada 20, de llanta dura del año 1945.
“Me gustaba mucho porque el volante era totalmente blanco y traía un puño azul y uno rojo, conmemorando la bandera”, relató.
Así como estas, al taller de Ana han llegado múltiples bicicletas con diferentes historias, ya sea de turismo, de carreras, e incluso triciclos antiguos o carritos de pedales.
“Restaurar una bicicleta ya es un reto y cada una tiene un desafío diferente, hay algunas que parecen sacadas del fondo del mar, con las piezas pegadas, demasiado oxidadas, con partes rotas, aunque tal vez las más difíciles son las de niño, porque son quienes más las usan y desgastan”.
El trabajo de Ana requiere de mucha dedicación, pero su satisfacción es grande, ha reconstruido cientos de bicicletas y con ellas la ilusión de muchas personas por usar un modelo antiguo que se creía inservible. “Es bonito tener en mis manos la posibilidad de que una bicicleta pueda seguir contando historias”.