Otomíes, buscan desde hace más de 20 años soluciones de vivienda

02 de Octubre de 2018
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México, 2 Oct. (Notimex).- Entre calles de la colonia Roma no sólo viven hipsters, millennials y amantes de la bullente vida cosmopolita que predomina en el barrio y en la calle de Zacatecas número 74 vive una comunidad de otomíes que son artesanos, llevan más de 20 años viviendo en casas de lámina en ese predio sin que nadie los quiera mirar.

Se trata de 20 viviendas de cuatro por cinco metros más o menos, en cada una viven un promedio de seis personas, todas de la comunidad de Santiago Mexquititlán, en Querétaro; se trata de familias grandes que llegaron poco después del terremoto del 85 en lo que ahora es la sombra de un edificio derribado por ese temblor, explicó Don José a Notimex.

Llegaron invitados por el “El Capulina”, también integrante de esa comunidad, por lo que poco a poco se corrió la voz y comenzaron a llegar parientes y otros agregados.

Mientras que en las calles aledañas se vive con lujo y se pagan rentas exorbitantes, esta comunidad vive en una serie de casitas de lámina, sin ventilación ni iluminación adecuada, afuera de cada vivienda se apilan un montón de cubetas para acarrear agua y los tendederos albergan un montón de ropa que resguarda los juegos de los muchos niños que viven ahí.

Don José, es uno de los primeros habitantes del predio que comparten muy de cerca, acuden a baños comunales y establecen turnos para lavar los trastes y la ropa en una pileta que tienen en el patio.



“Aquí se respetan todos, aunque a veces hay conflictos por las filas para sacar agua y bañar a los niños para ir a la escuela, cada quien respeta los cuartos”.




Cirila vive en este predio desde hace más de dos décadas, lo sabe porque su hijo tiene 27 años y ahí nació, ahora solo vive con su hija la más pequeña, pero antes habitaban en el pequeño cuarto sus tres hijos quienes luego se juntaron con sus parejas que también llegaron a vivir ahí “ya se fueron porque ya no cabíamos”, dijo.

Ella ya no tiene a donde ir, salió de su pueblo de muy jóven, por lo que espera que tras todos esos años exista una solución de vivienda; ahora ofrece tradicionales muñecas que ella misma elabora a los paseantes de Coyoacán, a veces le va bien, pero otras tantas no, refiere al apuntar que uno de los problemas de vivir en el predio es que cuando hay mucha lluvia se le mete el agua y moja todas su pertenencias.

Cirila, hace un tendido de cobijas en el suelo para dormir junto a su hija, cada mañana las recoge para hacer un poco de más espacio en la vivienda que cuenta con una pequeña hornilla, una televisión chica, y todos los materiales para hacer las muñecas con las que se gana la vida.

Adriana es de las pocas que tiene su vivienda en un segundo piso, al subir las escaleras de metal se cimbran con cada paso y en su casa se percibe hasta el menor movimiento “ya nos acostumbramos”, dice la joven madre de tres hijos, tiene 26 años y al igual que Cirila, cada mañana recoge sus cobijas del suelo para ofrecer mayor amplitud a la vivienda.

Antes vivían con Don José, que es su papá. pero como ya no cabían se pasaron a vivir a la parte de arriba desde hace unos diez años sin importar los constantes movimientos y rechinidos que emanan el volátil cuarto que en invierno es un congelador y en verano un horno.

“Ya estamos acostumbrados (...) estamos aquí pero hay una desesperación, luego no hay agua, luego por los baños que tenemos que ir hasta allá afuera a bañarnos y cuando no hay agua tenemos que subir los botes aquí, yo sí me desespero de estar aquí”.

Antonia es la hermana de Adriana, llegaron al campamento de muy pequeñas, su cuarto es un poco más amplio porque ahí vive con su esposo, hijos, hermano, cuñada y los hijos de estos, duermen en dos literas, ahí también el principal problema es que se les mete el agua en temporada de lluvias, se les inundan y se les descomponen los pocos aparatos electrónicos que tienen y “que los niños quieren hacer tarea o jugar y no hay ni en donde”.

Don José recordó los primeros años en el campamento, cuando “El Capulina” los invitó a vivir al predio que ahora es la sombra de un edificio que se cayó en 1985, primero vivían en casitas de cartón con polines y se hacían los cuartitos pero poco después las autoridades delegacionales les donaron las láminas con las que ahora están construidos los módulos de vivienda.



“El edificio se colapsó y limpiaron el predio, nunca supimos si el dueño vive o no y tenía propiedades en la colonia, la mayor parte del edificio era de él, desde que entramos no ha venido nadie a decirnos que es familiar del propietario, investigamos quién era pero nadie nos dio razón”.




El campamento ha visto diversas historias, tan solo hace un par de meses elementos de seguridad entraron al predio “echando balazos”, inculpaban a uno de sus hijos por posesión de drogas, según las autoridades eran unos 10 kilos, pero no hubo modo de comprobar nada, “se la habían sembrado”.

“Nada más entraron y no nos dijeron por qué, a una señora le pegaron en la cabeza, rompieron cosas, hubo mucho destrozo y pues nosotros no tenemos para rehabilitar los daños”.

La mayor parte de quienes viven ahí se dedican a ofrecer artesanías en las inmediaciones de la colonia; aunque también, ante la falta de compradores han tenido que diversificar sus actividades para sobrevivir, así que se sostienen también de la venta de dulces en las calles y otras actividades.

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