Entomofilatelia, pasatiempo para detectives científicos

06 de Abril de 2018
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San Cristóbal de Las Casas, Chiapas. 6 de abril de 2018.- La curiosidad, como la vida, siempre se abre paso. Un día tienes siete años y la misteriosa desaparición de una “araña acuática” en la azotea siembra una inquietud a poco más de un metro del suelo.

Al día siguiente —o quizás unos años después—, la duda infantil de la araña desaparecida te empujará, un pasito a la vez, a elegir la biología como tu profesión. Será la curiosidad que se abre camino a través de ti.

Algo así le ocurrió al biólogo y profesor de El Colegio de la Frontera Sur (Ecosur) Benigno Gómez, quien actualmente es miembro del grupo académico sobre Ecología Evolutiva y Conservación, en ese mismo centro, y cuya curiosidad lo ha llevado a perseguir nuevas dudas en un lugar no muy común para un científico: las estampillas postales.

Insectos (de timbre postal) bajo la lupa
El entomólogo halló un error en la nomenclatura de uno de los sellos postales con imágenes de insectos que coleccionaba. ¿Habría otros? Revisó entonces el resto de su colección para verificar el grado de precisión científica que los países emisores de timbres postales han estado imprimiendo desde que entraran en circulación, en 1840: nomenclatura, categoría taxonómica, anatomía de los insectos representados en los dibujos, etcétera.

Lo que Benigno Gómez, entomofilatelista y profesor de posgrado de Ecosur, no imaginó en aquel momento, fue cuánta información era posible obtener —hasta de las erratas de dibujante— de una estampilla de correo una vez que se la pone bajo la lupa de la ciencia.

Hoy, sin embargo, cuando ha publicado ya tres trabajos sobre el tema —uno de escarabajos, otro más acerca de cucarachas y un tercero de alacranes— y tiene en proceso otros dos sobre ciempiés y libélulas, el académico no podría estar más de acuerdo con lo dicho por el famoso detective de la calle Baker en Estudio en escarlata: “Nuestras ideas deben ser tan amplias como la naturaleza si aspiran a interpretarla”. Y el profesor es ante todo un detective.

Sellos en campaña
La filatelia es una de esas regiones inesperadas donde el conocimiento especializado de la ciencia resulta de suma utilidad, opina en entrevista para la Agencia Informativa Conacyt el profesor Gómez.

“Por ejemplo: si descubres que un país ha emitido más estampillas sobre un insecto que el resto del mundo, tal vez en la literatura entomológica encuentres que sea ese país el que cuente con mayor diversidad de ellos, o al que más le afectan por alguna razón. Hay siempre un motivo”. Tal fue, dice, el caso del paludismo (o malaria).

En 1962, como parte de una campaña mundial emprendida por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) contra la enfermedad, una gran cantidad de países emitió sellos acerca de los mosquitos del género Anopheles, vectores de la enfermedad.

“El propósito era informar acerca del papel del mosquito en la transmisión de la enfermedad, así como sus síntomas y medidas de prevención y atención”.

Otro caso, relata, fue una estampilla de Cabo Verde (África) de 1988. Se trataba de la imagen de un milpiés (Diplopoda) que imprimieron para alertar a la población local —muy usuaria del servicio postal— sobre los riesgos de esa especie introducida y convertida, con el tiempo, en una temible plaga para los cultivos de papa del archipiélago.

Trabajo colaborativo
El caso mencionado en el párrafo anterior aparecerá publicado en un trabajo que el académico desarrolla actualmente acerca de sellos postales de ciempiés, en colaboración con un especialista nacional, el doctor Julián Bueno, de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH), colega y amigo del profesor Benigno, a quien ha contagiado su entusiasmo por la filatelia entomológica.

“Inicialmente, mis trabajos sobre entomofilatelia comenzaron con la numeralia. Pero uno siempre quiere llevar su trabajo tan lejos como sea posible. En la ciencia tenemos que aprender a ser multi/transdiciplinarios y colaborar con otros colegas, con otros especialistas, para afrontar mejor un problema y desarrollar mejor una investigación. El trabajo colaborativo ha sido una evolución de esta labor realizada en el tiempo libre. Yo comparto las imágenes (al doctor Bueno) que es, en cierto modo, como enviarle el bicho, y él me responde hasta dónde podemos precisar la clasificación, basado en los datos (caracteres morfológicos, distribución geográfica, bioecología) que la ilustración nos proporciona. Eso no lo podría hacer solo, y por ello la búsqueda de colegas especialistas en el tema que esté tratando, con quienes podemos precisar de mejor manera nuestra investigación”.

Vehículos fabulosos
A los ojos del académico y filatelista, los timbres postales son fabulosos vehículos de divulgación, porque no solo informan. Su carácter lúdico también entusiasma de inmediato (incluso a la gente de ciencia) y, al mismo tiempo, hacen contemplar la enorme diversidad y riqueza del mundo en que vivimos.

“A veces lo vemos como un papelito más. Pero en ese pequeño cuadro de papel hay mucha información. Me gustaría pensar que el trabajo que realizo puede servir para que los emisores de sellos dediquen más cuidados a los mensajes que imprimen en ellos, porque llegan a mucha gente, y las personas merecen información precisa”.

Para el especialista, la entomofilatelia le ha servido como herramienta pedagógica en el caso de sus estudiantes. “Y eso puede aprovecharse también con niños. Es una forma lúdica de acercarlos al conocimiento. Porque para apropiarse de todo lo que una estampilla puede decirnos acerca del mundo que nos rodea, como es el caso de los insectos, hay que hacerle al detective, jugar un poco a Sherlock Holmes”.

Sherlock y las sabandijas


—¿Le gustaba jugar a Sherlock Holmes cuando era niño?

El profesor Benigno, quien hoy dispone en Ecosur de los laboratorios institucionales y el sistema de Colecciones Biológicas —incluida la de insectos con alrededor de 80 mil ejemplares (50 mil de los cuales, aproximadamente, están ya en bases de datos)—, no responde directamente, pero cuenta una historia:

—Mi primer acercamiento a la ciencia, y el que definió mi vocación, ocurrió precisamente en mi niñez. En esa época, a mi abuela y a mi madre les daba miedo entrar en mi cuarto, pues nunca sabían qué nueva sabandija (ranas, culebras, insectos) iban a encontrar ahí.



Un día, mi abuela me dijo: ‘Oye, hijo, ¿y si hacemos en el techo un laboratorio?’. Con unas cuantas repisas, una mesita y algunos frascos vacíos, montamos en la azotea el primer laboratorio que conocí.

Ahí, en el tanque de agua de esa azotea, descubrí unas arañas acuáticas. Atrapé algunas y las metí en frascos. Enseguida (justo como mi madre, que era profesora de primaria, me había dicho que debía hacer), me puse a anotar en un cuaderno mis observaciones: cómo se movían, si comían, qué comían.

Pero luego otro día, me encontré con que ya no había arañas. En su lugar, encontré unas cáscaras que no supe identificar.

Mucho tiempo tuve la duda sobre qué serían esas cáscaras y qué tenían que ver con mis arañas. Hasta que un profesor de Ciencias Naturales me sugirió repetir el experimento, pero esta vez con una tapa.

Lo hice (de forma más adecuada, en una pecera cubierta) y la duda se despejó: resultó que mis arañas acuáticas eran, en realidad, ¡náyades de libélulas!, y estas emergieron al cabo del tiempo.

La emoción de ese descubrimiento me llevó después a los libros, y estos, a la profesión de la entomología (el estudio de los insectos). Como ves, el trabajo de detective todavía no termina.

El profesor Benigno casi parece que muere de ganas de decir “Elemental, mi querido Watson”, excepto que todo mundo sabe —y él también— que Holmes jamás habría dicho eso.

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